martes, 1 de marzo de 2022

El lagarto

Fernando Silva

-¡Eh -Chicó Chicóoo!

El viento soplaba fuerte sobre el cañal

-¡Eih, Chicó Chicóoo!

El muchacho volvió a gritar con toditas sus fuerzas.

El hombre hacía ya rato que se había zambullido en el agua y buceaba entre las piedras, cangrejos de esos coloradotes.

El muchacho gritaba porque había divisado un lagarto que venía boyando como una tabla.

Chico, el hombre que estaba en el agua no oía los gritos, y el muchacho afligido se rajaba llamándolo.

-¡Eih, Chicó Chicóoo!

En eso, Dios que es tan grande, el hombre salió o coger aire.

-¡El lagarto! ¡El lagarto! -le gritó el muchacho.

El hombre volvió la cabeza y vio ai nomasito al animalote que hasta que tenía lamosa la corroncha el bruto. De un brinco el hombre agarró una piedra y desde allí cogió la orilla.

El lagarto sonó las tapas en el aire y se zambulló haciendo un gran remolino de agua.
-Qué desgraciado! -gritó Chico- casi me harta el hijuepuerca.

-Yo desde qué años que te estaba grita, que grita -le dijo el muchacho.

-Qué desgraciado! -dijo Chico- ahora ya no sigo, me dejó incómodo, mejor nos vamos. No vaya ser que vuelva el carajo.

Recogieron todo lo que andaban, hicieron una sarta con los cangrejos que agarraron y se vinieron en el bote para la casa.

Ya era de noche, el río había llenado su poquito porque la corriente estaba fuerte. Cuando llegaron a la casa estaba oscuro. Un perro latió de largo.

-¡Juaná! -grito Chico.

-¡Qué jué! -le contestó la mujer de adentro.

La puerta se abrió y apareció la mujercita con un candil.

-¿Agarrastes algo? -le preguntó cuando arrimó.

-Esto -le dijo Chico, enseñándole la sarta.

-Y para eso tanto tiempo?

-Que acaso los tengo amarrados ai pues –le dijo Chico mientras se apeaba del bote.

-Andaba roncero el largarlo -dijo el muchacho.

-¡Mentiras! -exclamó la mujer- solo para cuentos sirven. Si este hombre solo para inútil es bueno, habilidad debiera de tener para agarrar pues el lagarto, que hasta pagan bien el cuero.
-¡No! -dijo Chico

 -No, qué? -se le encaró la Juana- si sos muy ceboso, ¿qué cres que yo te voy a dar de hartar toda la vida? Hasta aquí me tenés, yo no sé por qué no cogés tu camino junto con este vago de tu hijo, que para nada sirve tampoco.

El indio no le dijo ni una palabra. Entró a la casa sacó un palito del cocinero para encender el puro. El muchacho se fue a un rincón a dormir y el indio se fue para la calle.

La cantina del indio Lucas quedaba cerca de la casa de Chico, como a unas dos cuadras y se veía desde largo una lámpara que parpadeaba en la salera de la puerta. Chico se metió a la cantina y no había entrado, cuando se encontró con el compadre Julián, un viejo que tenía fama de bochinchero y no había sábado que no llegara donde Lucas -a alegrar la vida- decía el compadre Julián.

-Y diay compadre Chico y cómo le va? –le dijo Julián saludándolo

-Pues bien, compadre.

-Como que lo veo triste.

-No, compadre

-No me diga a mí que no y venga para acá.

-Eih, Lucas! -le gritó al cantinero- servime dos de a treinta.

-¿Me quiere acompañar? -le preguntó a Chico.

Chico le meneó la cabeza y los hombres se arrimaron al mostrador.

-Y cómo va la pesca, compadre -le preguntó Julián.

-Está mala, compadre.

-Y qué será?

-Pues quién sabe

-Pues a mí, compadre, ai trabajandito. Y por qué no ha llegado a verme?

-Por ai llego de repente

-Lo espero, compadre, pero me avisa para alistar un chancho.

-Bueno, compadre.

-¡ Eih, Lucás! -le dijo al cantinero –servime dos más, pero de los grandecitos.

El cantinero vació una botella en los vasos y los hombres se los empinaron como si bebían agua. Había bastante gente en la cantidad de Lucas, era sábado y había llegado ese día la lancha al Puerto.

Por todos lados se veían las caras de los marineros y de los pasajeros. Iba haber bailadera. Una victrola de valija chillaba, y entraban las mujeres, cada una con su jaño. A Chico se le voltió el alma cuando vio entrar a la Juana agarrada del brazo con Luis Ponay, el Contramaitro del Vaporcito.

Ya se decían cosas feas de esa amistad y parecía que Chico se hacía el chacho.

-¡Qué desgraciada! -se dijo Chico entre los dientes.

-No se deje chamarrear compadre -le dijo Julián.

Chico no le contestó, estaba que tragaba gordo. La mujer pasó junto a él y ni lo alzó a ver.

-¡Oye! -gritó Julián otra vez- servime dos medias más. Los hombres volvieron a beber sin decir ni media palabra.

La gente ya estaba bailando y se le oía a la victrolina una voz de chicharra.

En eso estaban cuando se les acercó Luis Ponay, el hombre que hacía ratito había entrado con la Juana, y picándoselas de gallo, le dijo al cantinero Lucas

-Vea, maitro, sírvales a mis compañeros que yo pago.

A Chico se le heló la sangre, pero se quedó quieto.

Chico era hombre, también sabía que Luis Ponay era hombre duro, y que además tenía su grano de mai encima, pero Chico tenía su plan ya lo había discurrido.

Lucas había servido tres tragos.

-Salud! compañeros -dijo Luis Ponay, dirigiéndose a ellos.

-Que se lo trague su madre -le gritó el compadre Julián botando el guaro al suelo- yo no necesito que me den tragos, para eso tengo.

-Oiga, viejo no se fíe me oye? -le dijo Ponay a Julián-  Mida lo que dice, que cuidado lo hago parar las patas.

El compadre Julián se le fue encima, que hasta que echaba espuma, pero Chico se metió entre los dos para que no pelearan, desapartándolos.

-Si es por usted que lo hago, compadre –gritó Julián- que no ve que este sinvergüenza le está que mando a usted los caites con la mujer?

-Ella es mi amiga -dijo Luis Ponay.

El guardia se acercó en ese momento y cogiendo a Julián del brazo se lo llevó para afuera.

Chico andaba sesereque de guaro. Se fue a sentar a un taburete y se hizo el tronchado.

La gente seguía bailando. Chico desde donde estaba divisaba a la Juana que ya andaba mariadita con el otro hombre.

Al rato los vio salir juntos y los fue siguiendo con la vista hasta perderlos en lo oscurona. Todavía la gente bailando con la victrolita que que tocaba una musiquita entre los dientes.

Al día siguiente Chico se hizo el tonto. La Juana amaneció en la caso como si nada, Chico le tenía asco.

Como al medio día, Luis Ponay y Chico se encontraron otra vez.

Luis Ponay se hacía también el tonto y Chico se lo notó. Luis Ponay lo saludó y Chico también lo saludó. Entonces se pararon a platicar.

Hablaron de esto y de lo otro, que aquí y que allá, hasta que Chico buscó con modito en la conversación convidar a Luis Ponay para ir esa misma tarde a coger unos cangrejos al bajadero. Luis Ponay le dijo que bueno.

Luis Ponay no le tenía miedo, Luis Ponay era hombre duro. Chico alistó el bote temprano y le dijo al muchacho que se trajera sus trapos porque ya no volvían. El muchacho no dijo nada.

Los dos hombres y el muchacho salieron como a los tres de la tarde. Ambos hombres llevaban una cara rara, perecían dos perros. El sol estaba todavía bien fuerte y los hombres iban sudando.

Chico era distinto en el río, esa gente así es, como que se cambian en el agua, como si la espesa y verde montaña y el silencio enorme del río les pusiera el alma en otra parte.

Los hombres anduvieron bastante rato.

Ya de tardecita llegaron al bajadero. Se oía el golpe del agua en la orilla y las chicharras en las ramas.

Todo aquello le extrañaba mucho al muchacho. Chico se le acercó y le dijo que no dijera ni una palabra. El muchacho entendió y sintió miedo.

Los hombres se apearon del bote, lo amarraron en una rama, se desnudaron y fueron entrando al agua poco a poco.

Luis Ponay no tenía miedo, conocía el río como sus manos y se refundió con confianza.

Comenzaron a sacar cangrejos, ya tenían bastantes y entonces Chico se salió afuera y le dijo al muchacho que fuera adentro del monte a cortar unos bejucos para enganchar los cangrejos. El muchacho cogió el cotillo y se metió en la montaña.

El río estaba bien serenito había un gran silencio. Se oía el agua pegar contra las piedras y las zambullidas de los hombres.

La claridad era muy poca pero el río reflejaba todavía bastante. Chico de repente se puso listo, ya había divisado lo que esperaba el lagarto. El animalote venía quedito, orillado entre unos grandes gamalotes, venía que hasta que echaba popitas, no hacía ruido. Luis Ponay estaba de espaldas. El animal se quedó parado a la orilla de un tronco, Chico lo estaba viendo y se hacía el que buscaba cangrejos entre los cacastes de piedras.

Luis Ponay salió a coger aire.

-Aquí tengo una pareja de mueludos -le gritó a Chico.

-Aquí tengo yo otra -le contestó Chico. El lagarto se había refundido y había pasado debajo del tronco. Luis Ponay volvió a sacar la nariz para coger juelgo y se volvió a meter.


Chico sintió al muchacho que venía. El lagarto ya estaba cerquita. Chico se salió en carrera, el muchacho había visto el lagarto y antes que gritara, Chico le tapó la boca con sus manos.

 Se oyó el grito horroroso del hombre, Chico alcanzó a ver al hombre todavía entre las tapas del lagarto mientras una mancha de sangre quedaba encima del agua. La noche había entrado. Oscuro estaba el río y la luna chiquita.

El Sultán

Fernando Silva

Sultán! ¡Sultán!. Amigó, me arreya ese perro? -gritó el muchacho encaramado en la puerta vieja que daba al callejón.

-Fíu Fíu -lo chifló enseguida

El perro estaba pegado a la pila del corral y placa, placa, bebía el agua con su rosada y larga lengua, descansó un momento y levantando la cabeza se voltió para donde el muchacho.

-¡Sultán! ¡Sultán! -lo volvió a llamar.

El perro le meneó la cola enseguida se volvió a pegar al agua.

Los perros bravos de la finca olieron al otro perro que estaba bebiendo en la pila y se despidieron de donde estaban echados, latiendo. El Sultán los vio venir y miedoso pegó un brinco a la pila subiéndose con el rabo entre las piernas y erizo.

-Brr, Brr -los gruñó.

El muchacho estaba montado en la puerta sostenido con los pies en las reglas y se empinaba para ver los perros. Uno de los furiosos animales había alcanzado  morder al Sultán y el pobre dando alaridos alzaba una pata que se lamía.

-¡ Rafai! Ei, Rafail! -llamó de adentro el viejo mandador.

-Qué fue? -contestó otro muchacho que estaba por allá regando unos palos.

-¡Tirale unas piedras a esos perros!

-Qué? -le preguntó el muchacho que no le había oído.

-¡Que apedriés esos animales! -le repitió

Allí donde estaba el muchacho se agachó, pepenó un tuco de teja y haciéndose para atrás, les tiró la piedra que fue a rechinar contra la pila. El perro dio otro alarido y los perros bravos más se acaloraron.

El muchacho caminó más para delante, alzó otra piedra más pesada, pero en eso vio al otro muchacho que estaba subido en la puerta.

-¡Eih -le gritó, de tu casa es ese? –señalándole al perro que estaba en la pila.

-Si -le contestó el otro afligido.

Y para qué andás trayendo perros?

-Es que me vine corriendo un conejo

-¡Rafai! -gritó otra vez el viejo.

-Que dice -le contestó el muchacho.

-Que no te dije que callaras esos animales?

El muchacho se quedó un ratito pensando y volviendo a ver al otro le dijo:

-Andate vos para que te siga.

-Bueno -dijo el otro apeándose de un brinco de la puerta, recogió la gorrita que se le cayó al bajar, caminó para el cerco, se agachó debajo el último hilo de puás y corrió llamando al perro.

-¡Sultán! ¡Sultán!

El perrito se angustió más, solito entre los perros bravos. Cuando el muchacho vio al otro que iba en carrera, entonces se acomodó bien la piedra en la mano y se la boló con fuerza al pobre perrito que le dio en el lomo botándolo de la pila y entonces le cáyeron encima los otros perros.

-¡Sultán! Sultán -gritó por allá el otro muchacho, y se quedó después parado viendo a ver si divisaba al perrito.

El viejo sé levantó de donde estaba.

-¡Bravo León! ¡Bravo León! ¡Jo! -gritó regañando a los perros que entonces dejaran al perrito.

El muchacho estaba parado a la orilla riéndose con los perros que habían revolcado al perrito.

El Sultán se levantó gimiendo, todo lleno de polvo y se fue arrastrando.

 -Y de quién es ese perro? -le preguntó el viejo a Rafai.

-¡Al saber! -le contestó levantando los hombros.

El viejo dio la vuelta.

Enfrente quedaban unos grandes terrenos arados donde habían sembrado algodón y las largas hileras verdes de los surcos recién nacidos se perdían a lo lejos entre uno que otro árbol.

Al otro lado quedaba el camino y para salir de la casa de la finca había un callejón y allí iba el perrito lamiéndose.

El muchacho se fue a seguir regando los palos y estaba escurriendo el balde cuando se voltió a ver atrás. Allí estaba el otro muchacho que traía chineando el perrito que todavía se venía quejando de los mordiscos.

-¿Vos le arreastes los perros para que no lo siguieran mordiendo?

-Sí -le contestó el otro.

Entonces el muchacho agradecido se casó de la bolsa un mango que andaba y se lo pasó a Rafai.

-Está maduro -le dijo y acariciando al perrito dio la vuelta y ya se vino otra vez por el callejón.

El otro muchacho se quedó viéndolo y lo siguió y lo siguió con la vista, entonces le dio mucha lástima, cogió el mango maduro que le había dado, lo puso encima de uno de los postes del cerco y se vino a seguir regando los palos.

-Rafai! -lo llamó el viejo acercándosele adonde estaba.

-Qués -le contestó

-Idiay, como que andás llorando? -le preguntó -Y qué fue?

-Nada -le dijo el muchacho- cogió con una mano la oreja del balde y con la otra sostenía el fondo, mientras ladeándolo fue echando el agua sobre los palitos.

El vuelto

Fernando Silva

Nada de embarcación?

-Nada amigo, tal vez en la larde

-No creo

-Tal vez amigo, tal vez -repitió el otro

-¡Ojaló, pues! -dijo don José

El otro iba con una vara de pescar y un saquito, pero se quedó parado, malicioso, viendo a don José que iba al atravesando la calle, después la acera y entraba a la pulpería que quedaba a un lado.

-¡Ehs! -se dijo el otro. Esperó un rato allí y después se fue al muelle a pescar.

-¡Buenos días! ¡Buenos días! ¿Que no hay nadie que despache?

-¡Ai va! ¡Ai va! -gritaron de adentro.

El ruido de los platos en la cocina y el olor de la manteca frita se venían hasta afuera.

Una vieja salió por una puertecita del fondo. La vieja alzó la vista para ver quién era. Y se asustó, pero pudo disimular agarrándose el delantal con las manos.

-¿Qué quería, don José? -le preguntó temblándole la voz.

-Que si tiene puros.

-Están solo de los chiquitos.

-Bueno.

La vieja se acercó a la mesa, destapó el tarro de los puros y revolviéndolos adentro con la mano, volvió la cabeza y le preguntó.

-¿Cuántos va a querer?

-A ver -dijo don José- deme cinco reales ¿a real son?

-A real -dijo la vieja, sacando los puros.

-Bueno pues, deme cinco.

La vieja le pasó los puros. Don José los olió y le dio a la vieja un billete.

-Uhmm! como que no voy a tener vuelto, don José.

-¿No tiene vuelto? Pues ai me los da después.

***

La vieja se fue paro adentro a ver lo cocina. Don José se quedó allí como otras veces, se fijó en una muchacha que estaba barriendo y se le acercó.

-Vos estás sirviendo aquí? -le dijo

-Si -le contestó la muchacha empujando la basura.

-De donde sos vos? -le preguntó- de San Carlos?

-No -le contestó- de aquí nomás de Santa Cruz

-Ah! -dijo don José- y aquí vivís

-Si.

-Cómo te llamás?

Carmen

¿Y no salís'

-¿Adónde voy a ir?

-Ah! pues por ai ¿que no te gusta pasear?

La muchacha lo quedó viendo dio la vuelta, sonrió y le dio un escobazo al perro que se levantó y se fue a echar bajo la mesa.

***
-Qué te dijo ese hombre? -le preguntó la vieja a la muchacha.

-Nada, que si era de San Carlos.

-Ah!

La vieja olió la sopa y con la cuchara sacó un poquito que echó en su mano y después la probó.

-Pasame la sal -le dijo a la muchacha.

La muchacha le trajo un huacal viejo con sal.

-Te he dicho que no andés hablando con extraños

-Yo no ando hablando con nadie.

La vieja levantó los hombros y se sentó. La muchacha recogió una astilla del suelo, la metió en el fuego y después se fue al patio.

***

Don José llegó al muelle y encendió un puro.

-Idiay don José –lo saludó el otro que estaba pescando.

-Ideay –le contestó don José- ha cogido algo?

-Ni uno

-Mal día -dijo don José.

-Malo para unos, bueno para otros –le dijo sonriendo el otro.

Don José se puso a caminar por el muelle.

El otro sacó la cuerda del agua, le puso otra carnada al anzuelo y enseguida lo tiró más largo.

-Va llover! –dijo. Después amarró la punta de la cuerda a un poste del muelle y se vino a platicar con don José

***

-¡Carmen! ¡Carmen! -gritó la vieja

-Ai voy! -le contestó la muchacha y se vino para donde ella.

-Onde estabas?

-Afuera, sacando unos trapos.

-El lunes que venga Clemente te vas ir con él -le dijo.

La muchacha hizo un gesto de tristeza con la boca.

-El lunes –repitió.

-Si hija.

La vieja se sentó en el taburete y la muchacha se le acercó a un lado la quedó viendo.

***

Don José oyó al otro con la boca abierta, botó al agua el puro que estaba fumando y pálido le preguntó.

-Y quién te dijo?

-Jesús! y eso quién no lo sabe? Es que Ud no había vuelto por aquí, don José, tanto tiempo de vivir en la Barra y claro, no sabe nada. Ah, pero yo desde que lo vi llegar a la pulpería me supuse.
***

La muchacha no dijo nada. La vieja terminó de hablar y se levantó a menear la sopa.

-Hay cosas en la vida, hija que...

La muchacha interrumpió.

-Y no sabe nada mi papa Clemente.

-Si sabe hija y quién no lo sabe?

Y mi mama nunca me dijo nada -y repitió- nunca me dijo nada.

***

El otro vino a ver la cuerda que estaba picando.

El río estaba manso, un nubarrón se iba levantando y se veía un poco nublado.

Don José le puso la mano en el hombro y el otro se enderezó turbado.

-Y qué se hizo la Luisa?

El otro lo quedó viendo y tartamudeó.

La la la Luisa? idiay, se murió!

-¡Se murió! -exclamó don José, apretándose el labio de abajo con los dientes.

-Y el viejo Clemente se hizo cargo de la muchacha -dijo el otro, sacando un poquito la cuerda del agua.

-Y ella sabe todo?

-Yo no sé, don José, quién sabe.

-Y la vieja?

-La vieja, sí ¿Si no era pariente de la difunta?

El viejo Clemente la ha criado como su hija dél y, cómo la quiere! y siempre viene a verla.
Don José bajó la cabeza y suspiró.

-Lo qué es la sangre! -dijo el otro.

***

La vieja se vino para la puerta, se asomó y vio venir a don José que venía subiendo la acera.
La vieja volvió a ver adentro nerviosa, tosió y cuando don José ya estaba cerca, la vieja se adelantó a donde él.

-Aquí tiene el vuelto, don José -le dijo.

El hombre cogió el dinero y se lo metió en la bolsa.

-Este esté -tartamudeó la vieja- yo quisiera hablarle don José si Ud me lo permite.

-Si, ya sé, ya sé -le dijo don José, mientras con la mirada buscaba adentro de la casa hasta que vio a la muchacha que estaba allá de espalda. Entonces dio la vuelta volvió a cruzar la calle, bajó por un paredón de piedra se acercó a coger su bote que tenía allí. La muchacha titubeó y se vino para afuera.

Unas gotas comenzaron a caer con ruido sobre el río y se sentía ya el aire de lluvia.

Don José se empujó de la orilla y cogió la corriente río abajo.

La muchacha tenía los ojos llenos de lágrimas.

Don José pasó en el bote junto al otro que estaba pescando

-Adiós, pues! -le dijo

-Adiós! -le dijo el otro.

Los chingos

Fernando Silva

Me parece que eran ocho días los que llevábamos de lluvia y esa mañana apenas había salido el sol un ratito par el lado de la montaña.

Ocho días de lluvia y el río llenaba y llenaba.

-¡Qué vendavalito, Maitro Chón! -le grité desde la ventana de mi casa al viejo de enfrente que estaba allí afuera.

-Pero ya tronó, ahora en la madrugadita. De aquí, de este lado del Sur -me contestó levantando sus brazos.

-¡Qué ya tronó! -le repetí.

-Sí, del sur. Eso es seña que ya va de viaje el temporal -me gritó.

Desde mi cosa estaba viendo pasar el río turbio, rojizo, sucio. Se oían las correntadas que bajaban de la montaña. La neblina espesa arropaba los árboles que apenas se veían como unos borrones. Soplaba un viento sur frío, y se sentía el olor de la humedad.

Unos golpes dados ligeritos en la puerta de atrás me hicieron que me apeara de la ventana y ya corrí a abrir. Memi, el hijo de casa de donde las Gutiérrez, que era como de mi edad, estaba allí remojado y temblando de frío.

-Vistes? ¡Se hogó el yanque! -me gritó apurado.

-¿Se hogó?

-Te estoy diciendo ai iba el bote volado sin nadie y hasta que se pegó en el banco de donde la Jarquín. Así está ya de gente.

Yo jalé la puerta, me quité la camisa para no remojarla, y ya me fui en una sola carrera con Memi, brincando por los charcos.

Era verdad como me dijo Memi, ya había un montón de gente en la casa de donde la Jarquín. Tenían amarrado un mecate al tronco de un níspero que hay en el patio, allí a la orillita, y un marinero que iba agarrado a la zoga se iba metiendo contra la corriente que se le hacía un remolino en la cintura.

El guardia Luis González daba órdenes. Con un garfio el marinero quería traerse el bote que estaba pegado. El hombre se metió un poquito más, ya el agua le llegaba hasta el pecho y él levantaba los brazos. Nadó un poquito entonces y ensartó el chunche en la cadena del bote, entonces se vino para afuera y de allí jalaron el bote entre todos.

Era un bote nuevo, pesadote, que todavía se le veían los suelazos.

Estaba casi lleno de agua y sólo había una palanca adentro.

-¿Por ande sería? -le pregunté yo al guardia.

-Por los Chingas -me contestó.

Memi y yo nos volvimos a ver. Los Chingas son unos cacastes de piedra que quedan orillados frente a frente de la bocana del Santa Cruz, y como allí coge fuerza la corriente, se hace chiflonada. Más afuera es bien pesado el río, y por eso, cuando uno va de subida se pasa por allí palanqueando por el canal. Todavía seguía lloviendo, no era tan fuerte, pero de la montaña se cernía una silampa y estaba todo encapotado el cielo.

Todo mundo estaba alborotado con la noticia del hogado. Memi y yo nos habíamos trepado a un galerón viejo que servía de bodega en la propia cabeza del raudal.

Debajo de nuestras canillas que teníamos guindadas, subidos donde estábamos en una solera, pasaba el río sucio, lento y espeso.

Desde allí divisábamos las negras cabezas de la gente que se iba a agachar para ver el bote que había aparecido aquella mañana río abajo.

-¿Onde tenés tu bote? -me preguntó Memi.

-Por la Comandancia -le contesté.

-¿Vos tenés palanca?

-Sí.

-Entonces yo voy ir a traer el canalete.
¿Y para dónde es que vamos? -le pregunté.

-Pues a los Chingos, a buscar al ahogado.

El guardia González venía chapaliando agua en media calle con la palanca del bote aparecido y un poco de muchachos venían a la orilla siguiéndolo.

Seguía siempre lloviendo. El paisaje parecía un espejito empañado.

Alguna que otra garza sentada en un tronco y sólo se oía el ¡juáaaaa! de las correntadas bajando.

Como el río se pone bien fuerte con la llena, nosotros nos fuimos orillados. Memi llevaba el gobierno y yo me jalaba abierto con fuerza para no pegarnos.


-¡Ai ta un tronco! -le grité a Memi. Ya no era tiempo, nos encaramamos de viaje que casi nos damos vuelta.

Estuvimos así hasta que nos zafamos para atrás.

A cada rato nos encontrábamos con troncos que teníamos que ladearnos mucho volándonos con fuerza.

Nosotros conocíamos bien todos esos lados, pero con la llena se vienen los troncos que se arrancan en los paredones, en los encharcados o bien otros que se desgajan porque la lluvia les va aflojando las raíces.

Seguíamos subiendo. A cada ratito cogía el guacal para achicar, porque el bote tenía carcomida la punta y le entraba el chorro cada vez que dábamos el envión.

-Va venir más agua, éhéee -me señaló Memi, para arriba que estaba subiendo un nubarrón.
-Mejor nos metemos en esos guabos -le dije.

-Volate pues, duro -me dijo Memi, mientras refundía el canalete con fuerza.

Así en un momentito nos metimos bajo las ramas gachas de un guabo y yo me agarré de una rama gruesa.

En eso ya comenzó a caer la lluvia otra vez. Se oían sonar duro las gotas sobre las hojas. Así estuvimos esperando un rato hasta que arraló.

Volvimos a salir y seguimos dándole. Ya estábamos llegando a la punta del tablazo grande. Memi se paró y cogió la palanca para girse empujando de los gamalotes. En cuanto no más dimos vuelta divisamos los Javillos copudos que quedan a la orilla de los Chingos.

Nos hicimos un poco afuera, pero volvimos a orillamos porque la corriente estaba bien fuerte y el río hasta que se veía pajita.

Ya estábamos llegando a los Chingos. Yo cogí otra vez el guacal, cuando me quedé fijo viendo un bulto que se movía sobre el agua. En eso se ladeó el bote en la empujada y le grité a Memi.

-¡El yanque! ¡Ai ta el yanque! ¡Allá ehé! Yo estaba viendo al yanque agarrado a unas raíces con su cara roja.

-¡Ay!, ¡Ay! -se quejaba el yanque.

-Todavía está vivo! -me gritó Memi que le temblaban las canillas.

-Sí, si está vivo -repetí yo.

Entonces nos empujamos duro. Memi se enconchó sobre la palanca empujando con toda su alma. Entonces yo le pasé al yanque la oreja del canalete y él se agarró duro. Vine yo y lo quise aguantar, pero se me resbaló el pie de como estaba de nervioso y me vine al agua de cabeza.

Hice un esfuerzo dejando a la corriente que me cogiera de lado y rass me empujé hasta dar con el yanque que ya se iba hundiendo, le caí encima y lo pesqué de la comisa sacándole un poco la cabeza al aire, entonces el yanque se me agarró como loco.

Memi!¡Memi! -le grité yo.

Memi estaba gritando también a unos huleros que venían cerca por allí en sus botes.

Memi estaba cogido de una rama y me estaba echando el bote para donde estaba. Yo tenía el pie metido en un gancho que me estaba matando y apenas me sostenía el cuerpo un tronco viejo.

Memi me ladeó un poquito el bote, entonces me agarré de la mura, pero como era tan celoso el bote y le hicimos mucho peso, se fue llenando el condenado y Memi se tiró al agua. Lo ví todavía cómo lo arrastraba la corriente. El yanque pesaba una barbaridad, ya estaba yo todo entumido, entonces me desesperé, me entró el calambre, se me oscureció la vista y ya no supe.

Hasta que llegaron los huleros que había llamado u gritos Memi y que me sacaron afuera con el yanque que estaba como muerto. Yo solo estaba aturdido con un dolor bárbaro en el pie, pero el yanque estaba malo. Allí estuvieron los huleros haciéndole un poco de cosas hasta que revesó.

Gerad Arthos, se llamaba el yanque, era uno de esos canaleros y mucho bebía.

Después de la desgracia que le pasó, la gente del Puerto lo convencieron y entonces él se bautizó.

El yanque no hallaba que hacer con nosotros.

Eso fue como viernes, el lunes muy de mañana se fue para los Chiles y allí cogió un avión.

Amar hasta fracasar

Hay escritos curiosos que se han hecho con el lenguaje. Versos que se pueden leer al revés y al derecho, guardando siempre el mismo sentido,...