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martes, 1 de marzo de 2022

Las Cañitas

Juan Centeno

Las Cañitas es un pueblo olvidado de Nicaragua. Aquí no llegan los periódicos. No hay luz eléctrica, agua, ni teléfonos. Hay una escuela, una iglesia, la barrera de toros, chinamos, putas. Un sólo televisor blanco y negro que funciona con una batería de carro de 12 voltios, no hay correo, no hay molino. En un tercio de las casas se elabora cususa de atado de dulce. Parece un pueblo del oeste, la gente usa pistolas y prefiere andar en mula que en caballo pues la mula resiste más. Hay cerveza y coca cola, pero se beben calientes. En invierno es puro lodazal y en verano abundan los polvasales. A las cinco de la mañana las mujeres se van a acarrear el agua, después de llevar el ganado a pastar. Las fiestas se hacen con candiles y una grabadora National de cuatro baterías.

Juan Burula es dueño de uno de los tres buses que acarrean gente. Sale a las dos y media de Las Cañitas, su ayudante es Güirila, también lleva a Víctor, su hijo, quien conduce a toda velocidad por pendientes bordeadas de abismos, la gente se persigna para llegar a salvo. Antes no se viajaba los jueves pues los malos espíritus ocasionaban ponchones de llantas o asaltos de camino. El bus lleva desde chanchos, perros, gallinas… hasta cuajadas, sacos de frijoles y otras cosas.

Toño Bermúdez, el hijo de la Balbina Salgado, se robó a la Ana Julia a las ocho de la noche. El papa de la Ana Julia es Chico Blanco quien vivió con la Balbina hace años.

La Ana Julia es linda y frondosa. Cuando Toño hizo el plan para robársela hubo una confusión, entonces vino Leandro, conocedor del plan y aprovechándose tomó su lugar. El sitio era muy oscuro. Leandro agarró del brazo a la Ana Julia y se fueron por el camino. Cuando por fin la chavala oyó la voz del impostor le dijo: ¡Vos no sos Toño! el hombre la quiso violar ay nomás pero ella huyó. En la carrera se le reventó una chinela y también dejó tirada una pintura de labios que después el impostor mostraba como trofeos de guerra. En el pueblo todo mundo la buscaba. La Ana Julia no volvió a su casa pues había quedado bien revolcada, sino que se fue a la casa de un tío de Toño, aquel que no había asistido a la cita. A pesar que la casa del tío de Toño quedaba frente a la vivienda de la Ana Julia nadie sospechó nada. Ya entrada la noche, el tío se fue con la chavala a dejársela a Toño, se la dio en bandeja de plata y bien bañada.

El doctor Ramírez era enamorado de la Ana Julia desde que llegó a Las Cañitas a hacer su servicio social. La noche de los sucesos aquí narrados él le iba a poner serenata y la iba a pedir en casorio. Se dio cuenta de todo cuando el vendedor de telas que viaja por los caseríos desde Las Quebradas, pasando por Tomatoya, Las Palomas, Los Arauz, y otros lugares, se dio cuenta del alboroto y le contó al doctor Ramírez, quien estaba de paso por Las Lagunas, sitio cercano a Las Cañitas. Ramírez llamó por radio al puesto de salud preguntando si era cierto que se habían robado a su amada. Luego de tanto insistir con las frecuencias oyó el ruido de la estática y una palabra que por estar repetida le rompió dos veces el corazón: ¡Positivo Positivo!

Esa noche no durmió y se quedó afuera en una mecedora pensando en la Ana Julia. A las cuatro de la mañana escuchó el murmullo de las ancianas que pasan a dejar el ganado. Y las vio regresar con sus cuerpos cadavéricos, cuando la primera luz del amanecer proyectaba sus frágiles siluetas como si la muerte fuera pasando por aquellos olvidados caminos.

Los caminos del Señor

Juan Centeno

Pablo despertó aquella mañana de diciembre con el mismo ruido que hacía la gente del mercado. Se sentó al borde de la cama y le pidió a Dios que lo cuidara ese día. El no era un hombre religioso, pero desde pequeño su madre lo llevaba a la iglesia bautista donde aprendió a no arrodillarse ante las imágenes ni a creer en los santos. Por eso se enojaba y profería insultos contra el alcalde cuando se enteraba que de los impuestos se compraba la pólvora para las festividades de los católicos o cuando a la medianoche era despertado por el sonido incesante de una sirena, entonces se agarraba los cabellos y gritaba:

-Va entrando la virgen ¡ Va entrando la virgen !

Ya no se diga cuando saltaba de la cama a las cuatro de la madrugada asustado por las veinti-tantas detonaciones en honor a la virgen, que hacían caer en su rostro puños de arena del cerro negro que aún quedaban en el techo de su casa. Cuando terminó la oración se metió al baño. Llevaba siempre su pequeño radio para oír las noticias de la mañana.

Aquel hombre llamado Pablo tenía 40 años y una especial relación con Dios. Se dirigía a él como a un viejo amigo y le pedía ayuda para todo lo que debía hacer cada día, desde encontrar un taxi al salir a la puerta hasta rogar encarecidamente que al bajar no estuviera lloviendo. En más de una ocasión, cuando Pablo tenía una cita de amor, le pedía a Dios no desbordarse al primer intento o encontrar los puntos más excitantes en su pareja y dejar a su amante complacida tras los estertores de la pasión. Así era Pablo de amigo con Dios y Dios le entendía y le ayudaba a cumplir sus deseos, total era por una buena causa.

Esa mañana, Pablo salió de la ducha con la plena confianza que contaba con la protección del altísimo. Se marchó al trabajo. A la hora del café como era la costumbre, los empleados conversaron sigilosamente sobre el último escándalo de corrupción del gobierno, luego todo transcurrió con la normalidad de siempre. Al llegar las cinco de la tarde, el viejo reloj anunció el final de la jornada de trabajo. Los amigos de Pablo hacían planes pues era viernes y había que empezar temprano el fin de semana. Pablo se unió al grupo, no sin antes pedir a Dios que le fuera bien en aquella jornada de tragos y diversión. Más tarde la noche se fue haciendo vieja y casi al amanecer los amigos dejaron a Pablo cerca de su casa. Con paso tambaleante fue buscando las referencias necesarias para orientarse y poder llegar. Cuando estaba a una cuadra de su destino, un grupo de maleantes lo interceptó; lo despojaron de su cartera, el reloj, los zapatos... y como los borrachos son valientes se quiso defender de tal agresión. Un helado cuchillo se hundió varias veces en su abdomen, al final quedó tirado en la calle sintiendo que la vida se le escapaba poco a poco y peor aún, abandonado por Dios.

Un mes después, Pablo aún no se acostumbraba a defecar por aquel orificio que conectaba a una bolsa plástica, pero no le importaba, a fin de cuentas seguía vivo. Además, al momento de la operación los cirujanos extirparon de su intestino una masa que resultó ser un tumor maligno, descubierto a tiempo gracias a la puñalada que recibió aquella noche. Cuando le dieron la noticia, miró al techo, guiñó un ojo agradeciéndole a Dios – su cómplice – y acarició suavemente el cabello de Maria Eugenia, la más bella enfermera del hospital de León, mientras sonreía y pensaba: ¡Qué maravillosa es la vida y que sorprendentes son los caminos del señor! 

Amar hasta fracasar

Hay escritos curiosos que se han hecho con el lenguaje. Versos que se pueden leer al revés y al derecho, guardando siempre el mismo sentido,...