La gente se siente sobrecogida de terror cuando oye pasar la Carretanagua, que sale como a la una de la mañana, en las noches oscuras y tenebrosas.
Cuentos de escritores nicaragüenses. Leyendas populares de Nicaragua.
jueves, 24 de febrero de 2022
La carretanagua
El cadejo
En las noches, a altas horas, cuando generalmente los hombres van de regreso para sus posadas, depuse de visitar a sus mujeres, un perro grande y fuerte, de color blanco, sigue a aquellos a poca distancia, custodiándolos, hasta dejarlos en sus casas.
Este perrote es el Cadejo, el amigo del hombre trasnochador; quien se siente garantizado cuando se da cuenta que es seguido por dicho animal. Todos los peligros desaparecen: el perro blanco lucha y vence siempre defendiendo al hombre.
Hay otro perro que deambula por las noches. Es grande y negro, con un collar blanco en la propia piel. Este es el Cadejo Malo. Es enemigo del trasnochador.
Apenas encuentra a este en su camino, se le abalanza, lo derriba, lo golpea, y lo deja maltrecho y sin sentido; pero no lo muerde. El tunante así agredido queda como insulso y dundo, tartamudo y se muere pronto. De este dicen que “lo jugó el Cadejo”.
También el Cadejo Bueno procede así con los tunantes si estos no quieren dejarse acompañar por aquel y le gritan y lo corren y le tiran piedras. Si yendo el Cadejo Blanco acompañando a un hombre, encuentra al Negro, se traba ente ambos cadejos una sangrienta y encarnizada lucha, hasta que cae vencido el Negro.
Los ojos de los Cadejos brillan muchísimo. “Parecen candelas” según el decir de los indios de Monimbó. El Cadejo no se cansa de caminar. Camina toda la noche hasta el amanecer en que desaparece.
II
Tomado de ”El Cadejo” (fragmentos), en Milagros Palma: Senderos míticos de Nicaragua. Editorial Nueva América, Bogotá, 1987.Cuentan que en los caminos oscuros de los pueblos el caminante solitario es perseguido con frecuencia por un perro misterioso, el cadejo (...)
“... El cadejo existe, yo venía de San José y al llegar cerca del atrio de la iglesia a cien varas del guanacaste, me topé con él. Eran casi las doce de la noche, faltaba poquito para que las campanas tocaran la medianoche. Todo estaba oscuro, no se veía ni una sola alma, íngrimo andaba yo aquella noche. Yo iba a pie con el machete desenvainado y de repente veo un perro a mi lado. No le hago caso, aligero el paso, lo dejo a tras pero el me sigue. Al rato volteo la cara para atrás y miro que (...) viene todavía detrás de mí.
MI abuelo me había contado ya del cadejo. Todos los de la casa lo han visto y a muchos amigos los ha asustado el animal, pero con todo y eso yo no quería creer en la bendita ánima. Me había dicho que el perro es negro con collar blanco.
Cuando vía al animal me agarro miedo pero yo llevo mi machete bien afilado. Estoy a punto de reventar de miedo, no aguanto más pero por suerte a unos pasos mas adelante se aparece un perro negro frente a mí. Cuando el animal me cierra el paso los pies no me dan más y ya no pude caminar. Los dos animales se agarraron a mordiscos y mientras ellos se revuelcan y se vuelan tarascadas con los dientes bien pelados, yo me regreso para la casa porque sentía que me cagaba de miedo. Corrí rápido y me detuve debajo del ceibo, hasta allí me aguantaron las canillas, no podía mover los pies de tan pesados que se me pusieron. Ahí me estuve un buen rato y después me fui caminando con los pies tembeleques, ví al cadejo cerca de un poste. Yo corrí y el animal siguió entonces, tuve que montarme en la carreta de doña Tencha, que estaba frente a su solarcito. Allí me quedé arregostado hasta que amaneció porque el animal no se meneaba, no se iba. Este era el cadejo bueno.
El cadejo negro es el malo y el de collar blanco es bueno. Ellos al encontrarse se pelean para que yo huyera sin daño del perro negro. El blanco apoya pero el negro (...) lo muerde a uno. El cadejo blanco ataca al que trata de fregarlo. Una vez se oyó mentar el caso, hace siete años fue eso, de un señor que iba a caballo, y le pegó un tajonazo al cadejo blanco que iba al lado. El animalito se le echó encima vuelto un fiera y lo apeó del caballo a mordiscos y no se fue hasta que dejó al jinete en el suelo bien golpeado con la ropa toda desguazada...”
El hombre que anda en la calle pasado de tragos a deshoras de la noche sabe apreciar la compañía del cadejo. Sin embargo parece que en la sobriedad la presencia repentina del cadejo infunde temor por el aspecto malicioso del animal que además no es exactamente un perro. A veces parece cabro con pintas blancas que al caminar truenan todos sus huesos y las patas suenan como castañuelas chili...chili...chili... Esos ruidos son pavorosos y los pies se ponen pesados. A unos les entra hielo en el cuerpo a otros les coge un mal extraño, inexplicable. El espanto de una persona es incontrolable cuando se le miran las uñas de las patas traseras que producen un ruido aterrador del cadejo.
En las comarcas de los alrededores e León, la gente siempre tiene algo que decir sobre el cadejo. Un ancianito centenario del barrio san José nos dio su testimonio.
“...Cuando yo estaba niño, como este muchachito de 10 años, mas o menos, le salió el cadejo a un tío mío. El venía de ver a unos amigos en el barrio San Felipe, cuando llegó a la esquina de lo que es hoy conocido como el rastro viejo, le salió el animal a la orilla de un cerco. Se le apareció un animal negro, las patas le tronaban como castañuelas chili...chili...chili... El cadejo bueno, no hace daño solo va a la par de uno y lo deja hasta donde va la persona. Pero si uno trata de hacerle algo, se le abalanza. Cuando uno va acompañado por el cadejo, se le despierta un miedo, se le ponen los pies inflados y se le pone un hielo en e cuerpo, le coge un mal feo...” (...)
En el mito del cadejo se contempla la existencia de un animal compañero para cada persona. El animal guardián defiende contra el mal encarnado a veces en el cadejo negro, color tenebroso que simboliza el mal. Cuando un cadejo blanco olfatea a un perro negro en el momento de acercársele a su protegido, el blanco ataca de manera que la persona pueda huir y salvarse del mal que le aguarda del negro. El combate de los dos cadejos encarnan en ese momento los principios opuesto del bien y del mal. No se le atribuye superioridad a uno sobre el otro, ambos tienen el mismo poder sobre las persona. El cadejo negro y el cadejo blanco que para muchos representan los principios masculinos y femeninos o el mal y el bien respectivamente, persiguen al hombre de igual manera, según la tradición popular.
Ceguas, Chanchas y Micas Brujas
Tomado de “Chanchas y micos brujos. Ceguas”, Enrique Peña Hernández: folklore de Nicaragua. Editorial Unión, Masaya, 1968)
Todas estas mujeres poseen un guacal grande y blanco. A las once de la noche, hora en que los tunantes salen de una choza a otra, las mujeres se dan tres volantines para atrás y tres para adelante, echando el alma por la boca en el guacal grande y blanco al final del tercer salto delantero.
Vomitada el alma, quedan ellas convertidas en el ser brujo en que decidieron convertirse antes de dar los volantines; por cuanto tienen poder arbitrario de transformación.
El objetivo primordial de estas transformaciones es el ejercer venganza o causar daño a los hombres y mujeres, por causa de celos, rivalidades, despechos o enemistades enconadas por motivos pasionales, etc.
Y así estas brujas, prevalida de la oscuridad nocturna y del amiente de superstición que respira la población indígena –en extremo crédula y de imaginación fantástica-, llevan a efecto sus correrías y asustamientos a sus anchas.
Como micas brujas, se dedican a efectuar robos y raterías. Se trepan a los árboles, cortan las frutas y se los lanzan a la familia victima. Súbense a los techos de las casas, saltan de un lugar a otro; bajan al patio o a la calle y arrojan piedras contra las puertas. Se introducen en la cocina y quiebran lo que encuentran; se agazapan tras el tinajón o tras el número de leña, y después corren rápidamente a colgarse de las ramas de algún árbol cercano, a balancearse burlescamente.
Mientras el mico actuario se halla en plena acción, la familia victima –auxiliada de los vecinos- lo persigue con palos y garrotes, tratando de agarrarlo y matarlo. Pero... en vano.
Ya están cerca, ya creen tenerlo acorralado, y el mico se les esfuma...; y aparece luego en el otro extremo donde creían estaba agazapado.
Las gentes se desasosiega en grado sumo, se desesperan y gritan, son presas de crisis nerviosas; y el sueño y el hambre se les alejan; y, naturalmente, caen en cama enferma, con fiebre y alucinaciones, etc: se creen y siente “hechizadas”...Ahora sí; ya consiguieron su objetivo las mujeres brujas.
Casi idéntico papel desempeñan estas como micas brujas; con la pequeña diferencia de que todos sus actos y movimientos van acompañados de voces lastimeras, del llanto característico de las monas heridas o de las a quienes les quitaron sus hijos.
* * *
Como chanchas brujas andan en las calles y caminos siempre al trote. Son chanchas de tamaño grande, negras y embadurnadas de lodo podrido.
Apenas divisan a la persona “señalada”, aligeran el trote y comienzan gruñir fuertemente, con el gruñido con que se caracterizan cuando andan en ciclo o brama.
Ya cerca de la persona, la envisten fuertemente; le dan trompadas y mordiscos en las piernas. Esta trata de correr y si no lo hace a tiempo, la chancha bruja la derriba al suelo y la golpea hasta hacerla perder el conocimiento.
Al día siguiente la victima aparece molida y mordida, y con los bolsillos vacíos.
* * *
Se les ha visto introducirse en los patios sembrados ded jazmines y lirios; bajo de limoneros y naranjos en flor; bajo de los aromos; y colocarse en la cabeza flores de penetrante perfume.
Ellas solo tienen un decidido afán: perseguir a los hombres tunantes y castigarlos.
Todas las ceguas son amigas y trabajan en compañía. Se entienden unas a otras por medios de silbidos agudos prolongados, y tienen una agilidad asombrosa en las pierna. Pues la acaban de ver en una esquina y de pronto se les divisa a dos cuadas de distancia. Por eso “aseguran” que carecen de pies y que vuelan.
Pues bien una vez sorprendido y acorralado un tunante por una o más ceguas, si este no anda revenido con sus granos de mostaza oraciones “protectoras” queda inmóvil y como petrificado, pierde la voz y sus fuerzas, y pierde con frecuencia todo lo que llevan encima.
Las ceguas lo golpean, lo aruñan, lo pellizcan, le frotan la cara y los brazos y lo tiran exánime al suelo y allí lo dejan y se retiran, luego, carcajeándose.
La victima pasa allí hasta el amanecer, sin sentido respirando fatigosamente.
Los vecinos lo recogen y lo llevan a su posada Y las comadres del barrio comentan apesaradas y medrosas: “si esta jugado ‘e cegua el pobre. A lo mejor se muere, por que está prendido en calentura”.
El “jugado ‘e cegua” pasa en estadio de idiotez y tartamudo y con fiebre alta por espacio de ocho días. Delira frecuentemente y crisis nerviosas alarmantes.
Es algo extraordinario e inverosímil, pero es palmario el estado de enfermedad de estos hombres, que la noche anterior estuvieron sanos y normales y fueron encontrados tendidos en la calle, inconscientes y con muestra de haber sido agredido mujerilmente.
* * *
Cuando el sorprendido por las ceguas es un hombre listo y avisado, apenas las ve ceca, les lanza puñados de granos de mostazas, se quita el sombrero y se los tiende sostenido con la mano derecha, cuidando de que lo hueco de la copan quede al lado de ellas.
Son secretos indígenas que produce excelentes resultados.
Las ceguas se dedican afanosamente a recoger del suelo los granos de mostaza, el tunante prosigue su camino.
Si al rayar el alba las ceguas todavía no han terminado de recoger la mostaza –obligación de la que se pueden sustraer-., entonces mueren, mueren porque la luz natural les lleva muerte; mueren porque no pueden tragarse el alma que antes vomitaron. natural les lleva muerte; mueren porque no pueden tragarse el alma que antes vomitaron. Pues las ceguas, cuando calculan que se va extinguir a oscuridad, vuélvanse a tragar el ala vomitada antes y quedan reintegradas a su verdadero ser, tornan a ser mujeres corrientes y molientes.
Igual cosas hacen las micas y chanchas brujas: tragan el alma para volver a ser mujeres al amanecer.
Hay viejos respetables que opinan y sostienen que la s tarea de la recogida o pepena de la mostaza es completamente infructuosa: la mostaza –como es bendita, dicen ellos- se les cae de las manos a las ceguas; y estas tornan a recogerlas, y aquella torna a caérseles. Y en esta operación pasan el resto de la noche, hasta la hora del alba. Cuando la luz de un nuevo día asoma por la tierra, la cegua está perdida. Se le extingue su poder. Como es hija de la oscuridad, la luz natural las extermina.
Aseguran con gran seriedad tales señores, que la mostaza tiene una gran virtud sobre estos seres diabólicos. Les impone la inexorable obligación de recogerla, para la perdición de ellas.
* * *
Puede ocurrir el caso que por un descuido u olvido, el tunante haya salido sin llevar consigo la mostaza y las oraciones protectoras, y solamente su cutacha de cruceta. Entonces, para defenderse de las ceguas, arremete contra ella tirándole cuchilladas por lo alto, por que suponen que los brujos no ponen los pies sobre la tierra. Al verse así acometidas, dejan ir en paz al afortunado tunante, que al verse libre del ataque jura rejura no volver a olvidar la mostaza y su paquete de oraciones.
* * *
No faltan algunos viejos que sostienen a pie juntillas que en sus mocedades, en compañía con otros osados como él, capturaron alguna cegua; pero que una vez agarrada y hecha prisionera se les murió “de vergüenza”. Que el día siguiente no encontraron el cadáver, sino solamente un montón de hojas de guarumo, mechas de cabuya y cáscaras de plátano; y que entonces comprendieron que tales seres son hijos del Diablo.
BRUJAS
Tomado de “Aquí se ha visto mucha cochinada (fragmentos) en Milagros Palma: Senderos míticos de Nicaragua. Editorial Nueva América, Bogotá, 1987.
...En los pueblos se sospecha de personas dotadas de poderes diabólicos que se transforman en toda clase de animales. Los brujos reconocidos públicamente, deambulan por la noche bajo formas de un animal cualquiera ya sea mona, chancha parida, o burro con mayor frecuencia.
La bruja actúa de la misma manera ya que ostenta los mismos poderes que los hombres que ejercen estos oficios. Ellas son mas temidas porque se les consideran como el terreno propicio en donde germinan las acciones misteriosas que producen mayores estragos en sus victimas. La bruja puede echar sortilegios y hechizos que pocos pueden neutralizar. Los hechizos de una ruja celosa son mortales y su victima nunca escapas de su mortal castigo. Por eso las mujeres solteras, casadas y viudas, huyen del cortejo del marido de una bruja. Algunas mujeres dotadas de poderes mágicos se transforman en ceguas.
En Nicaragua son raras las personas que o han oído hablar de la cegua y pocos los hombres que, en su marcha solitaria, no se han topado con una de esas mujeres o escuchado por lo menos sus escalofriantes silbidos. Buscando como saber más a cerca de las ceguas, una noche pase en vela oyendo a doña Isidora, una vieja planchadora del barrio El Calvario en León (...)
Esta anciana conocía la larga historia de una mujer que vivía en la bajada del río y que todo mundo decía que era mala y sin tomar parte en la censura popular empezó diciendo:
“...las brujas hacen cosas malas y tienen la facilidad de hacerse ceguas. Una mujer que yo conocía y que era la sirvienta del cura de la iglesia de El Calvario, se transformaba en cegua. Apenas el sacristán daba la última campanada de las doce de la noche, ella se iba bajo de un palo y allí se desvestía completamente y quedaba como Dios la había mandado al mundo. Entonces así en pelota, se ponía rezar oraciones al diablo que decían: baja carne... baja carne... baja carne... y el cuero se le deslizaba como si fuera un vestido, quedando el esqueleto limpio, desnudo.
Los vecinos del bario que la habían visto en varias ocasiones caminando por las noches, persiguiendo a los hombres borrachos, se fueron a decirle al cura que su sirvienta se transformaba en cegua. Pero el cura no quería creer el cuento. Pensaba que era un chisme más de los muchos que a diario se oyen entre las mujeres del barrio.
Sin embargo, él empezó a dudar sobre la verdad de todo lo que se decía y recordando algunos detalles de la personalidad de sus sirvienta y sobre su comportamiento misterioso, pensó que era mejor “ver para creer” y dijo: “cuando el río suena, piedras trae”
Una noche muy oscura, el cura con esas ideas que le zumbaban en la cabeza y que no le dejaban tranquilo, se fue a su hamaca que colgaba en los postes del gran comedor de la sacristía y, mientras se mecía para ventear un poco el ambiente pesado, sintió un escalofrío y una extraña sensación de miedo cuando una sombra se mecía encaramada en una rama del palo de limón. Hizo varios intentos para ver desde la hamaca, de qué se trataba la misteriosa aparición. Pero, por más que frunció los ojos y fijó la mirada en la sombra, no logró saber nada sobre sus naturaleza. Esto aumento su temor, pero se acordó que, con el cordón en la mano ninguna sombra se atrevía a acercársele y, decidido se puso de pie. Apretando el cordón como si fuera un látigo se fue en dirección de la sombra.
Miraba para todos lados. El padre estaba arisco. Pegó un brinco cuando un gallo que siempre se encaramaba en el palo de nancite para dormir, empezó a cacarear asustado con un bulto negro que se movías en aquella oscurana. El padre, al oír el gallo quiso regresar corriendo para la sala bautismal, que era el lugar que mas cerca le quedaba de donde se hallaba. Murmurando toda clase de oraciones y bajando todos los santos del cielo para que le ayudaran en ese duro momento en que por primera vez se enfrentaría a un espíritu de la noche, el padre agarró valor. Empapado de sudor helado, siguió avanzando hasta que, por fin, descubrió que el bulto era solo la ropa que colgaba de la rama. Pensó que la María había olvido meter la ropa y decidió quitarla del palo para acabar con toda sospecha.
Sin embargo, los trapos eran los que vestía la sirvienta esa misma noche y entonces, en voz baja, se dijo:
“aquí la voy a esperar para pegarle a esta cochina. Ahora ya sé lo que anda haciendo. En cuanto nomás la vea, la voy a reventar con la coyunda y para que quede curada, de una vez por todas, le voy a dar con el cordón de San Francisco. La gente tenía razón, ella es una sin vergüenza”.
El cura se quedó debajo del palo espiando a la sirvienta para agarrarla a penas llegara. Ya estaba rezando el tercer rosario cuando oyó la campanada de la una de la madrugada. En medio del ruido del campanazo el cura oyó una gran alboroto entre las ramas del limón y con los ojos bien abierto se decía para sí: esa es la cochina de la María.
En eso vio con gran sorpresa que la mujer salía de su cuarto vestida con otras ropas. Mientras tanto, el vestido seguía colgado de la rama del palo y le dijo con voz fuerte:
-¿Dónde estabas?
-Padre, yo estaba dormida –respondió con voz temblorosa
-No –dijo él enfurecido –vos no estabas dormida en el cuarto, porque yo te busque hace rato y allí no estabas. Vení para acá gran cochina. La gente me lo había dicho y redicho que voz te desnudabas para hacerte cegua. Yo te voy a curar.
Entonces el padre agarró a la mujer a cuerazos limpios y solo se oía:
-No padrecito, no padrecito lindo, no me pegue, ya no lo vuelvo a hacer, se lo juro padrecito.
-Sos tan cochina que hasta juras en vano, ahora mas te voy a dar, hasta por debajo de la lengua te voy a dar.
La mujer se arrodilló para pedirle perdón al padre y este le seguía pegando, mientras le decía enfurecido:
-Vos te vas a corregir porque si no, a palo limpio yo te voy a corregir.
Cuando ya no pudo mas, el padre dejo de pegarle pero, para terminar, se desamarró el cordón de San Francisco y le dio con todas sus fuerzas. Esa obre mujer tenía el cuero reventado en sangre y se revolcaba del dolor. El padre le había pegado bien duro. Es cierto, el padre nos lo contó, terminó diciendo la viejita casi centenaria, mientras se frotaba las piernas y los brazos para calentarse los huesos (...)
Son muchos los hombres que han perdido el habla durante algún tiempo con solo ver a la cegua que tiene, según los mismos testigos, una cara espantosa. El pelo charraludo, desordenado como si fuera una loca, un pedazo de mazorca entre la boca. La cegua, dicen algunos, es la propia mujer. Los mismos hombres desconfían a veces de su propia mujer.
Ellos dudan de sus misteriosos poderes y piensan que bajo esa horrenda forma puede aparecérseles en sus andanzas y perseguirlos, hacerles daño y volverlos idiotas de un susto. Por eso se dice que la cegua curan a los maridos que andan en busca de aventuras amorosas. Esas mujeres sales especialmente para asustar a los hombre que andan tomados, vagando en las calles o visitando a una de sus queridas.
Una vez hablando con don Jacinto, un anciano de Subtiava, nos contó que él era un gran bebedor y mujeriego, pero desde que se le apareció la cegua una noche mientras andaba en una aventura, se curó por completo. Después, él mismo se dedicó a capturar a las ceguas para ver quienes eran en realidad. Según su propia experiencia, “las ceguas se agarran regando granos de mostaza por la noche. Apenas ven ellas los granos, se ponen a recogerlos y, recogiendo uno por uno los granos, se les pasa el tiempo si darse cuenta, hasta que amanece. Así se las encuentra uno: recogiendo granos de mostaza...”
El que captura una cegua, porque nadie se atreve a acercárseles, solo cuando están agachadas, distraídas recogiendo mostaza. “Un día en la madrugadita, un hombre del barrio de San Felipe en León, agarró una cegua. Y amarrada se la llevó a la plaza de la iglesia para que todo mundo la reconociera. Ya la gente sabía quien era la que se hacía cegua en el barrio, pero nunca la habían podido agarrar. Entonces la amarraron al palo de coco y ella avergonzada bajaba la cabeza para que nadie le viera la cara...”
El proceso de transformación en cegua o en animal, a través de poderes mágicos, consiste en quitarse el cuero que forra el esqueleto. Esto se dice con frecuencia en la historia de estos personajes en la magia popular, como nos los revela este relato de doña Carlotita, la maestra de literatura:
“...Cuando yo estaba chavala se hablaba mucho de las ceguas.. Ellas eran brujas y siempre se reunían debajo de los árboles.
Al momento de tomar su horrible forma decían: “baja carne...baja carne...baja carne...”
Y así iban diciendo estas palabras mientras hacían otras cosas misteriosas. De esta manera el cuerpo caí como si fuera un vestido. Se deslizaba poco a poco y primero se les veía el hueso del cráneo, enseguida las cuencas de los ojos y así hasta que solo quedaba el esqueleto, el puro hueso. Así se iban ellas hasta que se transformaban en animal o cegua. Al amanecer, ya muy de madrugada, después de haber jugado a los hombres o hecho cualquier fechoría, ellas regresaban al lugar donde había dejado tirado el pellejo.
El lugar favorito era debajo de un árbol grande y frondoso. Allí ellas decían su oración mágica para que el cuerpo se subiera otra vez encima de esqueleto hasta quedar completamente forrado como cualquier persona normal. Entonces ellas decían:
-Sube carne...sube carne..sube carne...
Pero no lo decían de cualquier manera. Ellas debían voltearse la lado de la salida del sol o sea al revés de la posición del comienzo, cuando se quitan el pellejo, que entonces debía mirar la salida del sol. Cuando las carnes subía por completo, ya salían como cualquier persona, porque ahí mismos se vestían con sus ropas. Una vez una de ellas perdió sus carnes para siempre. Por eso es muy peligroso lo que hacen esas mujeres.
Cuentan que un día el marido, que la venía espiando desde hacía varias noches, esperó que se fuera y cogió las carnes y las hecho en una batea y se las escondió. Cuando la quirina, o sea el esqueleto de la mujer regreso para volverse a vestir con sus carnes, no las encontró y allí mismo se murió. Ellas solo pueden vivir una noche sin sus carnes. De los contrario se mueren...”
Según el decir de la gente, la brujería es una actividad peligrosa que el pueblo repudia con fuerza. Algunos brujos roban en las propiedades ajenas, pero las víctimas se arman de la “contra-magia” para enfrentar esta diabólica aventura. La transformación del brujo en animal es muy común en los pueblos. A través de esta metamorfosis se dan una serie de actividades nocturnas. Bajo esas formas son sorprendidos y a veces capturados.
“...Había una vez, en un pueblito de Chinandega, una mujer que se llamaba Teodora. Ella se transformaba en coyota y su marido no se daba cuenta. Todos los días en el silencio de la oscuridad de la medianoche, la mujer tomaba la forma de ese animal cuando sabía que su marido dormía. De esa manera, él no podía sospechar que ella salía de la casa hecha coyota para andar con los demás animales de una siniestra manada.
Una noche, el marido que había oído ya rumores sobre su mujer, se acostó como es costumbre haciéndose el dormido, dispuesto a espiarla. A media noche en punto, la Teodora, creyendo que el hombre dormía, hizo sus oraciones diabólicas para volverse coyota. Ella dejó sus carnes en una balde y su sangre en un gran guacal y salió despavorida a sus andanzas nocturnas.
Esta vez el marido había visto todo. Al día siguiente, asustado llegó donde el cura y le pidió que le ayudara a curar a su mujer. El cura le dio entonces una botella de agua bendita para que rociara a la mujer y quedara, de una vez por todas, curada de esas cochinadas. El hombre no comprendió bien cómo debía hacer el remedio. A la noche siguiente, a penas salió la coyota, se fue a buscar el balde con los cueros de la Teodora y le echó toda la botella de agua bendita.
Cuando la coyota regresó, hizo sus oraciones mágicas para volverse gente, pero por mas que repitió los rezos, esta vez no le dieron resultados. Ella se quedó coyota para toda la vida. La coyota aullaba cundo tenía hambre y la gente del pueblo, con pesar por la suerte de la pobre Teodora, le daba de comer...”
(..) En la comarca de Chácara Seca, a pocas leguas de León, la gente se queja mucho de los brujos.
“...La mujer de don Mario se hacía mona. Un día él se dio cuenta y se fue donde el padre para que le diera un remedio para su mujer. El padre le dio agua bendita para que le regara bien.
Entonces don Mario esperó que regresara a media noche y en cuanto la vio colgada de la rama del palo de tigüilote, le pringó con el agua bendita. Así se quedó para siempre la mujer. Ella tenía tres chavalitos. Y toda la noche chillaba tanto que no dejaba dormir a la gente. Así lloraba ella. Por fin un día amaneció muerta. ¡Quien sabe quien la mató!...”
El cacique Diriangén
Diriangén subió a la cumbre del cerro y se lanzo hacia las tinieblas del mundo de los muertos. Este rito se hacía para mantener el ciclo del día y la noche. El cacique muere al despeñarse y su espíritu sube a los cielos volando siempre hacia el oeste. El Dios Jaguar y el cacique, en la leyenda, desafiaban la muerte para luego reencarnar entre las tinieblas del mundo de los muertos.
Los Duendes o espíritus burlones
(Fuente: Recogido por Gladys Miranda).
En el valle de Cuapa hay una gran piedra que dicen que cayó del cielo y a una legua de ella se encontraba la hacienda La Flor. Allí vivía un matrimonio que tenia una hija muy hermosa, de la cual se habían enamorado los duendes que habitaban en la casa.
Todas las noches llegaban y le ponían flores en la cama y cuando iba a traer agua, le enfloraban el camino. Los duendes no querían a la mamá de la muchacha y en lugar de flores le ponían espinas; Si iba a lavar, le escondían el jabón; si iba a zurcir, le escondían el hilo y en fin, que ya nadie los aguantaba. La muchacha estaba asustada y tenia miedo de salir sola porque los duendes las seguían a todas partes.
El papá de la joven tenía un burro que jalaba agua y cargaba zacate y un día de tantos no lo encontró, se puso furioso y comenzó a buscar el burro acompañado por los vecinos.
Después de varios días, lo encontró arriba de la piedra rebuznando afligido porque no podía bajarse. Comprendiendo que era una zanganada de los duendes, el señor le ordenó a su hija que les fingiera cariño, correspondiendo con palabras amorosas a los regalos que le hacían. Lo que el señor quería era que los duendes bajaran al burro.
La joven hizo caso y temblando de miedo les pidió que le bajaran el burro a su papá. Por quedar bien con ella, los duendes bajaron el burro y lo llevaron a la caballeriza.
Durante algunos días no aparecieron y el señor creyó que ya no iban a seguir molestando pero se equivocó. Su esposa tenía dos tazas y ellos le quebraron una porque sabían lo mucho que le dolería aquella maldad. A mediodía, cuando ella estaba tomado sopa, exclamo “Qué lastima que se quebró mi taza, tan bonita la pareja”; diciendo esto le dejaron caer real y medio en la sopa, entonces ella dijo: “Con esto se paga la taza”.
Cuando se levantó para contar el dinero que tenía guardado en un cofre, vio que le hacían falta real y medio, murmuró: “De mis mismos reales me están pagando; que malos que son esos duendes, y le jalaron el cabello”.
Como ya no los soportaban, decidieron hacerles la guerra. Después de inventar miles de cosas, los dueños de la hacienda y los vecinos, se pusieron a tocar música de cuerda. Esto desagrada a los duendes porque les producía dolor de cabeza. Día y noche pasaron los señores tocando hasta que los traviesos no tuvieron más remedio que abandonar la casa.
Dicen que los chontaleños cuando ven una persona sobre la piedra gritan: “Allá está el burro de Cuapa” y el que está arriba, en venganza contesta: “Allá están los duendes”.
Tomado de “Los duendes o espíritus burlones”, en Enrique Peña Hernández: folklore de Nicaragua. Editorial Unión, Masaya,1968.
Los duendes son seres pequeñitos, traviesos, astutos, de agilidad prodigiosa, de inteligencia superior y en extremo burlones. Aparentemente, con sus actos y hechos sencillos son inofensivos. Pero una cosa es oír relatar las travesuras y jugarretas de los duendes, y reírse a carcajadas con el relato; y otra, ser victima o blanco de su puntería, tema o tirria.
Por lo general no se dan a ver de la gente. Hacen sus torerias como seres invisibles; y la persona o personas perjudicadas, solamente escuchan los ruidos o palpan los daños.
Algunos han oído las risitas de los duendecillos, después que acaban de hacer estos el entuerto.
Como se expreso estos seres burlones ejecutan actos sencillos, pero pertinaces y hostigadores.
La mayoría de las veces les da por dejar caer “lluvias” de piedras, terrones, trozos de ladrillos, etc., durante horas enteras y con frecuencia durante varios días consecutivos sobre los patios y corredores de las casas. Sus habitantes, al sentirse así acosados se desasosiegan y atemorizan; y al cabo de cierto tiempo, optan por abandonarlas. Pero algunas veces los duendes siguen al los hullones.
Se cuenta de una señora, que sintiéndose hostigada por los duendes decidió abandonar su casita en Monimbó y trasladarse a otra en el barrio de San Jerónimo. Contrato algunos mozos y mando con ellos su cama, su cofre, su tinajón, etc, etc, y espero la nochecita para irse ya con su motete de ropa y algunas pertenencias livianas. Se encamino la buena señora para la otra casa; y no había caminado dos cuadras cuando se percato que había olvidado su bacinilla y entonces exclamo preocupada: “¡ay, dios mío olvide mi bacinilla tendré: que volverme...!”
-aquí la llevo yo le contesto una vocecita. En efecto un muchachito de cotoncito rojo iba ala par de ella, con la bacinica en la mano.
Eso basto para que la referida señora, decidiera volverse a su primitiva casa; porque considero que adonde quieran que fuesen, ahí la seguirían los duendes.
***
Los duendes efectúan sus burlas y asustamientos preferentemente de noche. Aunque no pocas veces han “trabajado” de día.
Arrastran los muebles, dejan caer los floreros y maceteras, apagan las luces, encienden otras, tosen gargajean, dan portazos, dan pisadas fuertes, cambian los objetos de lugar, tocan a las personas, las tirandel pelo, les arrebatan objetos de las manos, les quitan algo que tienen ala vista, abren las llaves de las pajas, cierran las que están abiertas, etc, etc...
Naturalmente, con todas estas acciones siembran el pánico entre la gente, la desconciertan y descontrolan, y hasta la enloquecen.
Rarísimas son las personas que han visto a los duendes.
Un joven de Monimbó me contó, que viniendo él como a las cuatro de la tarde, un día de tantos, de bañarse en la playa (la laguna de Masaya); por el Bajadero del Cailagua oyó que lo siteaban con insistencia. El volvió la cabeza para todas parte y no pudo ver a nadie. Creyó entonces que eran algunos amigos que venían también de la playa; que lo llamaban y que luego se escondían. Prosiguió su camino de regreso a Masaya. Más adelante volvió a oír de nuevo el mismo siteadito:
-siiit...
-siiit...
-siiit..
Él entonces se paró, y se puso a buscar de dónde provenían esos llamados. Y no vio a nadie otra vez.
Nuevamente lo volvieron a llamar:
-Siiit..., siiit..., siiit...
Aquí perdió la paciencia, y montando en cólera dijo en altas voces, dirigiéndose a los que imaginaba que eran y que se les escondían:
“Coman m..., muy rejodidos, vayan a sitearle a la que los parió...”
Iba a continuar ensartando insultos, cuando de pronto vio muy cerda de él, colgado de la rama de un arbusto, a un hombrecito chiquitito, vestido con un cotón colorado y con un gorrito puntiagudo en la cabeza, que le hacían señas de que se acercase.
Al principio tuvo miedo el joven de Monimbó; pero armándose de un palo, decidió acercarse, pensando en meterle un riatazo en la cabeza al hombrecito. Este se descolgó y empezó a caminar con rapidez asombrosa. Repentinamente se detuvo y se puso a reír con muchas ganas. Un coro de risas de todo tono lo secundó. Y, con gran maravilla y perplejidad de mi amigo, vio debajo de un árbol frondoso como a dieciocho hombrecitos...
Los había barbudos y de cejas pobladas; los había lampiños; los había de bigotes solamente.
Todos vestía de rojo y calzaban una especie de sandalia.
Medía como una jeme o como una cuarta, de estatura.
Cuando mi amigo vio las risas burlescas de los hombrecitos se sintió picado en su amor propio y como aturdido y asareado, y le dio por perseguir con el palo a los burlones, dando palos a diestra y siniestra, sin poder hacer blanco en ninguno de ellos.
Mientras tanto, los burlones parecían que estaban en su charco, encantados de la vida; gritando y riendo con gran alboroto, se pusieron a tirar piedras y frutas al de Monimbó, sin que le diera tiempo de reposo.
Cesó el ataque de los hombrecitos repentinamente. Mi amigo, con mas miedo que otra cosa, se quitó los brazos de la cabeza – pues ahí se los había puesto para que no se la rajaran-, y se puso a ver a hurtadillas para todos lados.
Nadie había ya. La tarde había declinado. Eran como las seis y media. Buscó el camino y no lo encontró. Entonces le entro pánico y trató de rezar. Estaba como perdido en el monte.
En eso oyó el ruido de una carreta; pensó que podían ser los hombrecitos que regresaban.
La carreta se acercaba. Oía bien las voces del carretero azuzando los bueyes. Pero no lo veía.
Recuperó la confianza y la calma, y se puso a gritar.
-¡Oye, amigó, me lleva en su carreta! ¿Va para Masaya?
La carreta se detuvo. El carretero se desmontó y alumbró con su candil. Mi amigo vio la luz y se acercó. Subiose a la carreta; y el carretero le dijo:
-Toma el chuzo, ayúdame con los bueyes, que yo voy a guiar a pie.
Durante el camino, mi amigo le refirió al carretero todo lo ocurrido; y este le dijo:
-Esos son los duendes, los espíritus burlones. En el hueco de la peña del Bajadero del Cailagua tienen sus guarida. Yo creo que son hijos del diablo.
En los pueblos campesino se comenta mucho que los duendes, unos hombrecitos, se llevan a los niños sin bautizar, en un abrir y cerrar de ojos. Cuando menos piensa uno, el niño ha desaparecido. La gente dice que esos malos espíritus tienen la planta del pie al revés, y caminan en fila india, todos vestidos con unas cotoncitas rojas. Los duendes viven en los montes, en las cuevas y hacen sus incursiones por la mañana. Sólo los pequeños y los mudos ven a esos espíritus y entonces lloran de una manera extraña.
En Monimbó se dice que nunca hay que dejar a un niño solo, porque los duendes se lo llevan ala montaña para volverlos como ellos si no ha sido bautizado. En muchos lugares se oye decir que los duende pierden en las montañas a los niños sin bautizar.
En Chontales entre las fincas ganaderas los campesinos le temen mucho a los duendes. De aquella es Bricelda que paso toda su infancia en uno de esos grandes dominios. Ellas conoce anécdotas de verdaderos encuentros que su papá y su madrina tuvieron con los duendes. Estas son sus propias palabras:
“...cuando yo estaba tierna mi abuela me cuidaba por que decían que los niños sin bautizar se los llevan los duendes. Ellos se los sacaban de su propia casa en el menor descuido de la mamá. A los duendes le gustan los tiernos recién nacidos.
En una hacienda que se llamaba “La Garita”, allá en Chontales que era de mi bisabuela, había una casa bien grande y cuando se estaban echando las tortillas a mediodía se oían que los duendes llegaban a voltearlas mientras estaban en el comal. Cuando había visita platicando en la sala, dejaban caer piedras en el mero centro de la mesa pero no golpeaban a nadie, solo caían las piedras y la gente asustada se ponían a rezar.
A los duendes le gustan las muchachas. En una finca que se llamaba “La Perolera” cerca de “La Garita” había una señora, Doña Laura que en ese tiempo era chavala. Una vez arriando la vacas con mi papá pasaron por un lugar cerca de una cueva en donde vivían los duendes. Ellos pasaron por allí y los llamaron. Los duendes querían dejar a la muchacha. Ellos la perseguían y hasta le regalaron molinillitos. Ellos tenían en sus cuevas trastos chiquitos, jicaritos, de todo. Parece que ellos eran de tiempo de antigua pero por fin la dejaron ir pero querían que se quedara.
Ahí mismo en Chontales hay una piedra que se llama El Pedernal y al lado hay otra más grande, la “Piedra del Toro”. Allí los duendes subieron un toro para hacer la maldad porque así son ellos. Les gusta hacer la maldad. El toro no se pudo bajar y se murió. Allí quedó pintado en esa piedra.
Esos duendes son como niños de cinco años. Ellos son viejos pero chiquitos de tamaño. Los duendes tienen los pies volteados al revés, para el monte. Son morenos, aindiaditos como del tipo de gente de Masaya. Tienen el pelo liso aindiado y llevan unos cotoncitos rojos de manta, sin botones sólo amarrados con unos lasitos, como los chavalitos. Ellos hacían piedritas de moler chiquitas, piedritas de moler maíz bien finas. También hacían molenillos, cumbitas, jicaritas, guacalitos, calabacitos de monte. Eso lo mantenían en sus cuevas y cuando llegaban personas que le agradaban les regalaban de eso. La casa de ellos era de piedra, una cueva , que ellos hacían. A ellos le gustaban los niños sin bautizar y las muchachas jóvenes sin casarse. Los duendes invitan a las muchachas para que se queden a vivir con ellos.
El Padre Sin Cabeza
Cuentan que el padre sin cabeza, anda penando y se pasa las noches recorriendo el pueblo. El Sábado de Gloria paseaba por los túneles que comunicaban a los sótanos de la Catedral de León.
Dice la tradición que se le aparece a los hombres y mujeres que trasnochan y que el padre los embruja y los guía hasta la iglesia del pueblo donde el sacerdote canta misa en latín.
A la hora de la consagración, al dar la cara el sacerdote se le ve sin cabeza y está chorreando sangre entre sus manos. Despavorido sale de aquel lugar y queda varias semanas sin habla.
El Miércoles de Ceniza del 26 de febrero de 1550, reposaba Valdivieso en la catedral de León Viejo en compañía de dos curas Fray Alonso de Montenegro y el otro no identificado. En las afueras, un grupo de asesinos eran guiados por Hernando de Contreras, Valdivieso sospechó de las intenciones de ellos e intentó escapar, al intentarlo se encontró con Hernando y Juan Bermejo y uno de ellos le dio de estocadas, estando el Obispo en el suelo echando mano a una daga le dio muchas puñaladas. Fue tal la violencia con que fue asesinado que la daga se despuntó.
El historiador Andrés Vega Bolaños señala entre los asesinos a Joan Herrera, Diego Salazar, Gaspar Núñez, Juan Gomes de Anaya, Sebastián Bautista, Pedro González de Landa, Hernán Nieto y Diego Nieto.
El Lagarto de Oro
Hace muchos, pero muchos años, llegó a Chontales un noble caballero francés llamado Don Félix Francisco Valois. En cantado de los paisajes que rodeaban la hacienda Hato Grande, situada a cuatro leguas de Juigalpa, decidió comprarla. En ese entonces, vivía en Juigalpa una joven muy linda que se llamaba Chepita Vital. Un día don Francisco se encontró con la Chepita, enamoraron y a los pocos meses contrajeron matrimonio. Después de algunos años tuvieron una niña a la que bautizaron con el nombre de Juana María.
Sintiéndose muy enfermo, don Francisco dispuso hacer un viaje a Guatemala para curarse. Antes de irse, recomendó a su administrador que se hiciera cargo de la hacienda y de su familia. Pasó el tiempo y don Francisco no volvía, todos los pobladores de la comarca comenzaron a preguntar a los viajeros por él, hasta que un día alguien dijo que el pobre señor había muerto antes de llegar a Guatemala. Doña Chepita se enfermó de pena moral y murió a los pocos años dejando su testamento enterrado en un lugar que nadie conocía. Juan María fue creciendo y creciendo hasta que se hizo señorita. La muchachita ignoraba que el administrador, que se llamaba Fermín Ferrari, se había robado todos los bienes que le pertenecían.
Como era muy malo y ambicioso, el tal Ferrari pensó que mientras la joven existiera, él no podía adueñarse de la hacienda. Pensó y pensó y por fin se le ocurrió enloquecer a la muchacha. Comenzó a decirle que en la hacienda asustaban y que salían los fantasmas. Le contaba cuentos tan horribles que al poco tiempo la Juan María se puso loca. Gritaba, cantaba, bailaba mientras decía: “viva la condesa de Valois”. Después de varios meses de haber perdido la razón, murió. Todos los de la comarca afirmaban que la había matado Ferrari.
Como no había herederos, el bandido comenzó a vender todas las propiedades y con el dinero que recogió se fue del país. Pocos días después un caminante trajo la noticia de que unos bandoleros lo habían matado en el camino.
Un campisto que creía mucho en la Virgen, subió al cerro un día de tantos y le ofreció a la Virgen de la Asunción una corona de oro y un altar de la cola del lagarto si le ayudaba a cazarlo. Tiró su mecate y lo cogió de la cabeza, pero cuando lo tenía en sus manos dijo: “Que se friegue la Virgen”. A penitas dijo esto, el lagarto se le escapó y se sumergió en el fondo de la laguna. Desde entonces, todos los chontaleños buscan el lagarto de oro para hacerse ricos, pero este no volvió a salir jamás y dicen los campistos que es el ánima de la Juana María cuidando sus bienes”.
Muertos o Aparecidos
Otro dolor de cabeza de los tunantes de Monimbò es el muerto o aparecido. Encontrar los tunantes el muertos es cosa tan frecuente como encontrar las ceguas. Sin embargo, aquel es mas temido y causa mas pánico que éstas.
En la oscuridad de la noche el tunante advierte cruzado en el camino o callejuelas del barrio, un bulto blanco. Inmediatamente se apodera del trasnochador, un miedo terrible, una especie de calambre; y no puede retroceder.
El aspecto del bulto es vaporoso.
El indio, repuesto de la primera impresión, echa mano a su cutacha de cruz; y, si lleva prisa, avanza rápidamente y la pasa metiendo de punta en la cabeza inconsistente del muerto. Rápidamente, éste desaparece, como por ensalmo; y se oye el ruido de un mosquetero alborotado.
Si el tunante no lleva prisa, se acerca despacio al bulto acostado, le clava la cutacha en la cabeza y comienza de inmediato a rezar sus oraciones que, aunque as lleva en el bolsillo, s las sabe de memoria. A medida que va rezando, el bulto vaporoso va tomando consistencia y solidez, hasta quedar convertido en un ser humano hecho y derecho, varón, lleno de vida.
Cuando esto sucede, cuando se efectúo la cogida del muerto, el tunante se va para su choza; y el ex -muerto se llena de tristeza y de pena. Y pasa así varios días, hasta que se muere de veras. Murió de pena, dicen todos los vecinos.
Eso sí, el ex muerto es desconocido para toda la gente del barrio. Le prodigan atenciones, lo asisten y lo entierran, pero por espíritu de caridad. Nada más.
Muchos creen que hay ciertos hombres que tienen el poder de vomitar su alma, para convertirse en fantasmas. Otros sostienen que beben algún “brebaje” o “preparación” para poderse convertir.
El objetivo de muertos o aparecidos es el de ejercer venganza o daños por rivalidades amorosas, envidias, o disputas por intereses. Pues si el tunante espiado no anda prevenido queda peor que jugado ‘e cegua: amanece muerto, con huellas moradas en el cuello y demás partes del cuerpo....
Los Gamonales
Partiendo de la Iglesia de Magdalena, se prolonga hacia el suroeste la calle de El Arenal, ancha y hermosa. Como a 250 varas desemboca sobre esta calle el camino del Bajadero de Monimbó que le entra por la derecha en dirección opuesta, formando un ángulo agudo.
El lote de terreno comprendido por los dos lados de este ángulo es llamado la “Punta de plancha”, porque tiene tal figura.
A la vera norte del bajadero, a poca instancia de la “Punta de plancha”, sobre una pequeña loma se destaca el campo santo de los indios de Magdalena (Monimbó de abajo).
Todos los indios dicen que en la propia “Punta de plancha” se dan cita los brujos: allí llegan micos y chanchas brujas, ceguas, etc.
Este lugar es temido de noche.
La proximidad del cementerio los torna más tétrico.
En ciertas noches de lunas, a las 12 e punto llegan a este sitios unos hombres altos, fornidos, montados en caballos negros, relucientes, de buena raza. Estos jinetes andan lujosamente vestidos y su cabalgaduras ricamente enjaezadas.
Llegan al citado lugar, a la hora señalada, de diversas direcciones.
Al caminar se oye el rechinar de los arneses, ruidos metálicos y chirridos de cueros nuevos.
Una vez congregados en la “Punta de plancha”, sin desmontarse, se ponen a conversar en voz baja. Solamente se escucha el cuchicheo.
Después de cierto rato de conversación, sale todos juntos apareados, en dirección de la Iglesia de Magdalena; y no se sabe para donde cogen.
Los indios cuando oyen el trote de los caballos se encierran u ocultan; y los que están en sus chozas se quedan calladitos; y casi no tienen valor de mirar por los encañados. Estos jinetes son los gamonales. Son muy temidos, pues dicen que manejan uso látigos con los que fustigan a los que encuentran por el barrio.
Se cree que sean los demonios, pues nunca se les ha visto la cara, porque andan embozados y sus vestidos con negros. Pero algunas viejas indias opinan que tal vez sean los espíritus de antiguos jefes o caciques que, montados en caballos fantasmas de los españoles se presentan al barrio a la media noche para recordar su autoridad...
¡Los gamonales...!
¡Los gamonales...!
Guardadores de Tesoro
Cuentas las crónicas que Fray José Jirón de Alvarado, fue un sabio, un grande orador, y un santo, grato a los ojos de Dios. Érase de la estirpe de los conquistadores de Guatemala, de aquellos bravos hombres que vieron quemar las naos de Cortés y le ayudaron a sojuzgar la raza azteca.
Nació Fray José en ésta ciudad de los caballeros de Santiago de León a principios de 1662 y murió en 1724 habiendo sido el primer nicaragüense que ocupó la silla episcopal.
En la sal capitular de la Catedral puede verse su retrato. Es un preclaro arón de aquellos siglos; expresión ascética la de su rostro, ojos hundidos, brillantez y asaz escrutadores; labios finos y barbilla recia y saliente de hombre de fortaleza y fe teologal.
Refiérase de tan noble Monseñor que una noche retirado ya en sus aposentos y en momentos de terminar sus oraciones y listo para entrar en el lecho, se volvió súbitamente a la puerta y saliendo a la calle anduvo como un sonámbulo sobre la llamada calle de los Chapanecas –hoy de San Juan de Dios- así llamada por habitar en ella una familia de Chiapas que había llagado a establecerse a León, desde 1603.
Se detuvo frente a un solar, saltó por la empalizada y llegó en el preciso momento en que se levantaba una espada guacalona sobre a cabeza de un negro esclavo.
-¡No matarás! -dijo suavemente Fray José.
Y el brazo del asesino quedó paralizado.
Sed bueno y sed justo – continuo- ¿por qué vais a enterrar nuestro tesoro y habéis confiado a vuestro esclavo la tarea de abrir el hoyo, vais a hacer guardar el secreto con el silencio de la muerte?¿qué ley ded Dios os dice que el esclavo es vuestro hermano? Desbastad las asperezas del espíritu con el amor del prójimo que es lo mas santo ante Dios Nuestro Señor.
El noble señor de capa y espada, quedó anonadado y cayó de rodillas ante el señor Obispo; mientras el esclavo llamado José Ferolato contemplaba sin comprender aquella escena desde el fondo de la fosa. -¡Levantaos! -ordenó Fray José y desapareció.
* * *
Nuestros antepasados no conocieron las ventajas de las cajas de hierro con cerraduras de combinación y para resguardar sus caudales los enterraban en botijas de barro, en cofres de madera o en pequeños arcones de hierro. Mas como la tarea de cavar la tierra era encomendada a un esclavo, la fosa se hacia siempre bastante larga, y cuando éste bajaba al fondo a colocar el tesoro el señor se iba por detrás y le hundía la espada, cayendo el esclavo muerto sobre la caja. Luego la tierra lo cubría todo.
El Coronel Arrechavala
Tomado de “Arechavala y su alma en pena” (Fragmentos) en Milagros Palma: Senderos Míticos de Nicaragua. Editorial Nueva América, Bogotá, 1987.
“Era una noche oscura, oscura, yo estaba sentada en la acera delante de mi puerta hacia eso de las once de la noche. En aquella época los americanos ocupaban el país. De pronto se oyó un ruido extraño, cuando de repente yo sentí que un tropel de caballos venía del Laborío.
Mi casa era antes donde nació José de la Cruz Mena. Allí vivía yo, el caso es que oí el tropel de caballos que cogió para el lado de “la 21”, el cuartel. Ahí se paró y después solamente se oyeron los pasos de un soldado que seguramente dejó el caballo amarrado a un poste. Yo me decía ¿Quién será ese americano que viene por estos lados? ¡La sangre de Cristo! Y yo pidiéndole a Dios que no me fuera a decir nada por estar a deshoras de la noche en la puerta de mi casa. Yo me encomendé a todos los santos, ¡Santo Dios, Santo fuerte, santo inmortal, líbrame de todo mal!, Dios miíto, yo no sabía qué hacer.
Así fue, entonces, al pasar cerca de mi casa volvió a ver atrás y le vi el perfil que era de un hombre simpático. El siguió caminando. Después le oí sonar la espuela. ¿Qué cosa será eso? Me pregunté yo. Bueno, pero no le hice caso.
Siguió caminando hasta que llegó a al esquina de las Montenegro. Ahí se bajó y se paró en medio de la calle haciendo maniobras militares. Ya cogió él hacia la casa que ahora es de las Madrices. Golpeó, dio tres toques en la puerta y nadie abrió. Cuando dio otros tres golpes yo me dije: Ahí vive ese americano. ¡Qué extraño! Nunca lo había visto. La capa que antes era de color café al pasar delante de la casa, allá se miraba color turquí, azul prusiano. Después se paró en la propia esquina de las Matrices y volvió a hacer las mismas maniobras y agarró para el lado trasero del colegio San Ramón y la acera de la Asunción. Bueno, cuando estaba por llegar a la esquina para darle la vuelta al seguro, se encontró con un hombre.
Al ver eso yo me dije: Voy a esperar a aquel hombre para que me diga quien es ese soldado que va allá. Cuando el hombre se aproximó le pregunté:
-¿Viste aquel americano que va allá?
-No –me dice-, no he visto a nadie.
-¿Cómo no, si lo acabas de encontrar, hasta te topaste con él, cómo vas a creer, hasta te escapaste de caer –le dije yo asustada.
Pero él insistió que no había visto nada y me dijo que lo que yo había mirado era seguramente a Arechavala.
Efectivamente, Arechavala había dejado su caballo cerca de mi casa. Ya con miedo cerré la puerta, me fui acostar, me dormí, y me puse a soñar con el señor que vivía conmigo, que era zapatero, Félix me decía:
-María, ve quien viene ahí.
-¿Quién? –le dije yo asustada.
-El coronel Arechavala – me respondió.
Pero fue diciéndome eso y sentí en sueños que el hombre me llevaba para adentro de mi casa. Ahí nomás me desperté. Cuando yo me desperté me puse a rezar y a rezar. Ya no hallaba qué santo bajar del cielo.
Entonces mi casa era de dos piezas. Había una puertecita que comunicaba las dos piezas. Cuando yo me desperté del sueño, vuelvo a ver por la puerta y diviso la silueta de Arechavala proyectada en la pared de mi casa, de la salita, con los brazos extendidos como lo había visto en la realidad. Yo quería gritar, pero me dije: ¡qué jodido, no debo gritar, tengo que tener valor! La gente va a decir que soy una miedosa.
Yo estaba con mi muchachita, la Leticia y ya no pude contenerme más. Cuando iba a comenzar a gritar el hombre dio la vuelta, y se fue, yo oí “tas, tas, tas”, sus pasos. Entonces se abrió la puerta, se montó en el caballo que, resoplando salió y hasta que relinchaba el jodido. Ya cogió para el Laborío de donde él había venido, mas para allá se topó con una mujer, y lo mismo, quiso hablarle pero elle tuvo miedo y se metió a su casa.
Después dicen que llegó allá por “las cuatro esquinas”, en la calle real cogió para el Chinchunte y en ese callejoncito, cuenta la gente que él platicaba con una muchacha que era loca. Salió de ahí y siguió caminando para el “platanal”. Dicen que lo encontraron en el camino del “pochote”. Al día siguiente fui a la venta a contar lo que me había pasado y me dicen:
-¡Qué pálida que venís Mariíta!
-¡Eh!, si no he dormido ni una gota en toda la noche, hermana, porque me pasé soñando tonteras y viendo fantasmas, vi. a Arechavala –le respondí yo.
Entonces ahí mismo hubo toda clase de comentarios y me comentaron que también habían visto a Arechavala, ahí por el rastro. Iba en su caballo que era un diantre, pegaba unas carreras como que lo iban siguiendo...”
Al terminar de contar su experiencia dona María evocó algunos datos de la vida del misterioso personaje con lo cual se justificaba su larga pena.
“Arechavala sale a medianoche. Yo no sé en que época vivió. Dicen que él andaba penando porque dejó muchos tesoros enterrados y esa es la cosa de él. Uno no debe dejar nada porque después anda asustando a la gente. Arechavala obtuvo sus tesoros de la misma manera que la gente rica ahora, robándole a los pobres sus trabajos. Durante la guerra de Malespín, la gente enterró sus tesoros y por eso ¡ay andan penando lo ricos!
Dicen que ese hombre les pega a las personas que encuentra en el camino. Una vez le dio unos chilillazos a un hombre que hasta se escapó de morir de los golpes. Él apalea a la gente para que no se salga en la noche. Dicen que se metió en la casa de las Valles, y ahí habían unos estudiantes estudiando, él quería pegarle pero los muchachos salieron corriendo.
Arechavala era español, vivía frente a San Juan, del Deposito media cuadra para allá como quien va para el río. Él frecuentaba esos lugares. Él trajo a San Sebastián, por eso lo enterraron en la propia iglesia de San Sebastián que el frecuentaba mucho. También mando a traer a otro señor que esta en la iglesia, pero de nada le valió porque ¡ahí anda penando!...”
...Otras historias que se cuentan sobre este diabólico personaje que aun aterra al sosiego del pueblo de León, dibuja mejor los contornos de su espantosa imagen. Doña Isidoro dice que Arechavala camina de noche por las calles solitarias. Al pasote la medianoche recorre la Calle Real, esas es su calle. Él anda en una mula que brilla, paj...paj...se oye y cuando va pasando sopla un airazo feo, como que fuera un abanico eléctrico, comenta la anciana de ochenta y seis años del barrio de El Calvario y, agrega con estupor: “Él sale solamente de noche, él era malo y su espíritu anda penando...”
“Por ahí, una señora compró una finca que era de Arechavala. Se hizo riquísima la mujer porque en las propiedades de Arechavala hay botijas. Dicen que compraba casas y casas donde enterraba el dinero. Dicen que por las noches se le oye contar sus reales, entonces la gente asustada para ver que es lo que pasa, pregunta si hay alguien pero nadie contesta. Cuentan que él se le apareció a una muchachita que quedaba sola en su casa porque la mamá iba a trabajar y le dio una gran botija de reales, repleta, para que la mamá no fuera mas trabajar y se quedara con la chavalita...”
Arechavala, según los relatos populares era un hombre muy rico, pero en su estado actual de alma errante, aparece haciendo gestos caritativos entre la pobretería, fiel a los principios del afortunado. En efecto, la caridad es un rasgo característicos en una sociedad en donde pocas manos detentan riqueza... Él formaba parte de los funcionarios enviado por España que constituyeron la oligarquía nicaragüense... Esta burocracia española de la época colonial acumulaba de manera desproporcionada capitales improductivos como son tesoros incalculables de oro, plata y bienes raíces... Arechavala aparece siempre en las visiones nocturnas montando su caballo de un lujo inimaginable, “con charreteras de oro, fajas de oro, ropas doradas, monturas, frenos, espuelas de oro, hasta los dientes del general y de su caballo brillan como el oro...”
...Cuentan que un día u campesino que araba su parcela de maíz, vio venir en la bajada del camino a un hombre trotando en su caballo. El brillo de los ojos del animal cegó al trabajador que no supo el rumbo del misterioso desconocido. Cuentan que esa es una aparición de Arechavala.
...Don Pedro, un comerciante ambulante del barrio San José en León nos afirma que Arechavala sale todavía y que las historias de sus apariciones no son “cuentos de camino”. Él dice que “Arechavala bajo el silencio de la oscuridad de la medianoche asusta con chirridos a tos el que encuentra a su paso. Él tenía una casa situada del colegio de Los Hermanos Cristianos una cuadra a bajo, ahí por donde vivía el panadero.
Si a los doce del día se bañaba una persona, la sacaba a chilillazos. Por la noche él sale en un caballo todo lujoso con charreteras de oro y hace un gran vislumbre cuando se aparece. A una de las muchachas Mayorga le salió el tal Arechavala, sobre la calle de San Felipe.
Un muchacho Escorcia se estaba muriendo después de una larga borrachera. La mamá vivía por donde “Masca-fierro”. Ya era como la una de la madrugada, entonces, la muchachita iba a buscar la ambulancia para que se lo llevarán al hospital, cuando ella a la esquina de los Bonilla, Arechavala pasaba enfrente de ella. De pronto no tuvo miedo porque no supo que era Arechavala. Lo que le extrañó fue que un hombre estuviera a esa hora con un caballo tan elegante. Él no dice nada pero la muchacha tuvo gran miedo cuando miro que el apero del caballo era de oro”.
La historia nos muestra a Arrechavala actuando en un período del segundo decenio del siglo pasado marcado por violentas insurrecciones contra la dominación española. Durante todo este período de agitación se destacó el coronel Arechavala, uno de los principales promotores de la adhesión de León al Imperio mexicano de Iturbide. (...) Arechavala, así como muchos oligarcas de la época enterraba sus riquezas, lo cual era inconcebible para el indígena que ve en la acumulación de bienes, la posibilidad de engendrar alegría colectiva...
...Por eso el espíritu de Arechavala debe quedar cautivo en esta tierra para vigilar sus tesoros enterrados cumpliendo con la condena irrevocable que le impuso el pueblo en el juicio celebrado en el momento de su muerte.
Amar hasta fracasar
Hay escritos curiosos que se han hecho con el lenguaje. Versos que se pueden leer al revés y al derecho, guardando siempre el mismo sentido,...
-
Publicado por La Prensa , 12 marzo 2000 A sólo 13 kilómetros al norte de Rivas se encuentra un pequeño pueblo que debe su fama a un hecho hi...
-
Tomado de Pablo Antonio Cuadra y Francisco Pérez Estrada: Muestrario del folklore nicaragüense. Fondo de Promoción Cultural -Banco de Améric...
-
Fernando Silva Lino Pérez venía de Romero, por Santa Cruz, cruzándose la montaña por una vieja abra que dejaron unos huleros. Don Lino venía...