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miércoles, 2 de marzo de 2022

El autógrafo

Manuel Obregón S.

 El autor llegó temprano a la presentación de su libro. Había un público entusiasta que ya había colmado el local, pues se trataba de un novelista consagrado, no sólo por la crítica sino también por sus asiduos lectores, que cada vez que se trataba de una nueva obra se desbordaba para escucharlo.

Como de costumbre, alguien hacía la introducción, y después el novelista hacía una reseña de la obra y hasta leía un capítulo entero. Otras veces, era más dinámico, costumbre que le gustaba más al público: se hacía una especie de panel en el que habían preguntas y la prensa recogía al día siguiente los pormenores.

Para los fans, el momento culminante era cuando se formaba una gran cola para saludar al autor y extender el libro para que éste, le estampase, suena prosaico, más apropiado sería decir le dedicase una frase, una muestra de afecto, de amistad o de cariño al solicitarle, el autógrafo.

Para el letrado también era un momento de gusto y a veces hasta de orgullo, teñido de vanidad, ver la paciencia de sus lectores al tener que esperar turno, asumiendo que no sólo compraban el libro sino también que lo leían, y con fluidez escribía una oración complaciente seguida de su firma.

No se crea que todo era sencillo.

El instante espinoso era, cuando, al alzar la vista el autor reconocía al amigo o conocido pero no recordaba su nombre, cosa que pasaba más de una vez y tenía que ingeniárselas para hacer alguna broma inocente como telón de fondo para ganar tiempo y esperar a que su esposa, que siempre estaba al lado, le soplara al oído para sacarlo del apuro. Y cuando ya no se podía, se recurría a excusas como, “perdona hombre, cómo me dijiste que te llamas” o descaradamente “tu nombre por favor”.

El otro asunto era no olvidar la muletilla de la dedicatoria que no tenía que ser original para nadie, salvo excepciones, pues sería como hacer una tarea escolar interminable. En eso no había problema, se manejaban unas cuantas de rigor, pues se supone que nadie anda enseñando “que te puso a ti o que me puso a mí”, cosas que todavía se ven en otros medios, entre los jóvenes, cuando se trata de artistas.

Sucedió que en esa rutina, de repente, el autor se aburrió de escribir lo mismo y sorpresivamente empezó a improvisar, sin tomar conciencia de ello, cosas, fuera de lugar, como “Para mi amigo lector: recomendándole leer mucho a Kafka al menos una hora por la mañana y otra por la tarde”. O bien “Querido lector: favor leer el Quijote, al levantarse y antes de acostarse, no es incompatible con sus oraciones si tiene esa costumbre”. Otras veces “Si ama lo onírico le recomiendo no soltar a Pedro Páramo de Juan Rulfo, es pequeño, lo podrá leer en dos horas.” O bien “No crea que Guerra y Paz es un tratado de no agresión, procure leer a Tolstói.” “Si se trata de Ulises tenga cuidado, puede resultarle disparatado y puede debilitarle su fe, en caso de que sea creyente”. “Carlos Martínez Rivas es peligroso para la salud”.

Ya se tardaba bastante por alargar las dedicatorias pero descubrió que era más fácil que estar inventando frases que le sonaban huecas por más amables que las disfrazara, así se dijo, de refilón los orientó en futuras lecturas, una especie de vocación escondida que podía ser muy didáctica. La nueva modalidad le acarreó, sin embargo, algunas contrariedades en lectores que se sentían ofendidos cuando la expresión no era apropiada para un autor conocido, como el escabroso CMR. A veces adoptaba una forma más general “Lector amigo: no le crea todo a los Premios Nobel, a veces es pura política o propaganda” o “Si sabe geografía y está enterado, usted mismo puede adivinar quién será el próximo Nobel”. No faltaban las frases irónicas “A Borges le negaron el Nobel por miedo a que se los rechazara” o “A Carlos Fuentes le pondrán un acertado epitafio ‘Se mereció el Nobel, pero siempre no’”. “Sáquele a los BestSeller, no se contamine.” También incursionaba burlándose de la crítica, “No se crea todo eso de Libertad de Jonathan Franzen que es la novela del siglo, o una obra maestra de la narrativa norteamericana” o bien “A Saramago se los recomiendo aunque es comunista pero como dice Harold Bloom no escribe como comisario”. A veces se extendía en frases más largas “Lean a Bernal Díaz del Castillo, el único caso que conozco, que no siendo escritor dejó el testimonio más hermoso de la conquista de La Nueva España”. En esa misma línea recomendaba “Las Crónicas de India de Oviedo, cuyas descripciones no tienen parangón alguno”.

Al final toda alergia se quita y todo mal entendido se disimula. La fiesta siempre terminaba bien. Se bridaba con vino y ricos bocadillos y se charlaba a gusto. Las conversaciones iban más allá de la literatura ya que el segundo tema, tal vez el preferido, era la política local. Más enrevesada que un camino al infierno decían algunos y otros opinaban que, de qué nos asustábamos si siempre habíamos vivido así, más contrariados que un matrimonio a la fuerza y que desde la independencia vivíamos como perros y gatos peleándonos el menguado presupuesto nacional y las riquezas de la nación. Este es un paisito, señalaban otros, de cuatro familias ricas y el resto qué, obreros y campesinos descalificados junto a una clase media más ostentosa, a veces, que la propia burguesía criolla. Se oían cosas, unas para tomar nota y otras para reírse. Como todo tiene su fin, el que paraba la oreja, que soy yo, decidió cerrar la página e irse a dormir.

La adicción

Manuel Obregón S.

La adicción por los estupefacientes es un problema de salud pública. No es solamente de seguridad, sino que cae en la responsabilidad del Estado neutralizar sus efectos, que atacan, principalmente, a nuestra juventud. Esta amenaza no es la única: el juego de azar, la corrupción política, la trata de blancas, la pedofilia, la deificación de los conflictos, la dependencia de energías no renovables, la depredación del medio ambiente, y tantos otros apegos de la vida moderna, incluida la adicción a la televisión, al móvil y a la internet. Los humanos somos animales que siempre creamos dependencias, sea que vengan del medio que nos rodea o las que nosotros mismos inventamos.

No todas, afortunadamente, son negativas, aunque un buen amigo decía que era una desgracia que todas las cosas ricas, o engordan o son pecados.

La verdad que hay otras variantes que quedan en el limbo, la automedicación y la lectura, por ejemplo. La primera alivia si la sabemos aplicar y la segunda nos purifica, siempre que no exageremos la nota, como don Quijote, que enloqueció por abusar de la lectura de los libros de caballería. Esto último es un decir, nadie pierde la razón por leer novelas al menos que ya esté propenso a confundir la realidad con la ficción. Que en el fondo no es cosa fácil, basta mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta de que si el mundo está al revés, y que en muchos casos, no lo parece, sino que verdaderamente lo está, entonces los polos se nos invierten y en vez de que los trenes corran hacia el norte los trenes corren hacia el sur. Y que esto no es una simple metáfora.

Que eso de que somos seres de razón no está totalmente demostrado, si así fuese no habría conflictos en los cuales, no es una vida la cegada, sino millones. Que eso de que debe haber seguridad alimentaria está sólo en los libros, sino, quién alivia las muertes por hambre o la mortalidad infantil que año a año, suman, millones de víctimas. Ya no digamos que la democracia es el gobierno del, por y para el pueblo, que eso también sólo está en los libros. La verdad, como dice la canción, es para que te asombres.

Bueno, pero yo les quería hablar de ciertas adicciones por la lectura, que son, inevitables. Desde que leí El Quijote juré que no dejaría esa droga aun a riesgo de creer que los molinos son gigantes y que los carneros ejércitos. Y que me ha ayudado bastante a entender, seguro que sí, a través de la ficción, esa dura y cruda realidad en la que vivimos. A esa primera dosis que probé se le han sumado muchas.

Kafka me ha enseñado que un escarabajo aunque no pueda incorporarse y luche por voltearse [esfuerzo que puede tomar toda una vida] vale más que los falsos héroes de la vida castrense o del servicio civil, ya no digamos las mentiras institucionalizadas que se fraguan desde el púlpito o la tribuna. La alegría de vivir se la debo a un poeta: Walt Whitman, que se identifica con el hombre llano, sencillo, de la ciudad o del campo. La ironía, a un Bernard Shaw, a un Sinclair Lewis; el miedo a la muerte a un Faulkner.

A Ulises de J. Joyce el temple del carácter para sobrevivir en la extravagancia del mundo moderno. A Pedro Páramo de Juan Rulfo mi identificación con el mundo onírico que me lleva a mis antepasados. Los sigo viendo sentados a la mesa a la hora del almuerzo, ellos también nos acompañan, en la vida y en los sueños. A nuestro querido Rubén, el ejemplo de estoicismo de soportar una vida, que le dio más dolores que merecimientos, y la valiente determinación de desarrollar un talento autodidacta en un medio, tan pobre, como el nuestro.

Todo esto tiene una virtud, la lista es inagotable, y así puedo asegurarme que los libros, los que me gustan, afortunadamente, siempre estarán disponibles.

Amar hasta fracasar

Hay escritos curiosos que se han hecho con el lenguaje. Versos que se pueden leer al revés y al derecho, guardando siempre el mismo sentido,...