martes, 1 de marzo de 2022

Monte de Piedad

Fernando Silva

- ¡Doña Evangelina, doña Evangelina! -la llamó el muchacho.

La mujer se dio vuelta dejando su cara junto a la pared y se estiró un poco sobre la vieja cama.

El muchacho le puso la mano en la frente- ¡’Ta caliente!- dijo.

Ella parpadeó quedándose ahí de lado.

El viejo don Carmen, que estaba adentro sentado en un banco comiendo, se levantó y se vino a donde estaba la mujer acostada. La quedó viendo afligido y en seguida le tocó la frente.

- ¡’Ta que arde!- dijo, y volviendo a ver al muchacho. -Ve, Chico… traele agua, -le pidió; y rascándose la cabeza preocupado le dijo a Chico -Aquí me vas a esperar vos, que yo voy ir hablar con don Emilio, y se fue a sacar la bicicleta para irse.

Chico se acomodó en un cajoncito que tenía cerca mientras esperaba que volviera don Carmen.

Se fijó que en la comodita del cuarto, pegada a la pared, ahí atrás donde guardan en vela a los santos se notaba una cajita cuadrada de madera. Chico se alzó para ver y en seguida se vino a la comodita y agarró la cajita. La mujer enferma lo sintió- No estés tocando nada ahí -le dijo con la voz apagada.

Chico se hizo el que no oyó y abrió la cajita. Adentro halló una cadena de oro, larga, que le llamó la atención.

En eso estaba cuando oyó el ruido de la puerta que ya venía de vuelta don Carmen, entonces sacó la cadena de la cajita y se la guardó en la bolsa.

- Es que don Emilio me dijo que era mejor llamar la ambulancia. Buscame aunque sea una sábana- le dijo al muchacho.

El muchacho se fue al cofre que estaba al fondo del cuarto y sacó la sábana.

-Lo peor es que estoy sin nada- le dijo don Carmen a Chico.

- Pero la ambulancia arregla eso.

- De todas maneras -dijo don Carmen, acercándose a la comidita- no queda más que echar mano de la cadena -pero cuando abrió la cajita no la halló. ¿No has visto vos aquí esa cadena?

- No, no sé -dijo Chico.

La ambulancia estaba llegando y don Carmen dijo que iba a acompañar a doña Evangelina al hospital.

- Quedate aquí, por favor, para mientras vuelvo -le dijo don Carmen a Chico.

Don Carmen volvió hasta el otro día en la madrugada.

- Nada se pudo hacer -le dijo a Chico llorando. Chico no le dijo nada.

- Tengo además la preocupación de la cadena que desapareció, y que ahora me sirviera, por lo menos para los gastos; además de que tu tía Evangelina le tenía mucho apego. Y es que Rito Muñoz, el abuelo de ella, se la dejó; y le dijo que esa era la cadena de su vida. Todo el tiempo se habló en la casa de eso de que la cadena que era la cadena de vida de Muñoz; raro,-¡quién sabe!

Después de unos meses una sobrina de don Carmen se vino a vivir a la casa con don Carmen. Tenía dos muchachitos y se acomodaron bien.

-Gracias a Dios -decía don Carmen- así no quedo solo, porque Chico se fue a Chontales y allá trabaja.

Don Carmen era CPF de la Ferretería “El Clavo”, de don Emilio López, y ahí él la pasaba más o menos.

Chico volvió tiempo después de Chontales y se le apareció en la casa una tarde. Estuvo platicando con don Carmen, como que le llegó a prestar unos reales, pero don Carmen no le resolvió nada.

- Hasta ahora se apareció- le contó don Carmen a la Luisa, la sobrina que vivía con él ahí en la casa -… y a mí no me la hace, porque, ¿qué se hizo, pues, la cadena de la Evangelina?; ¡es raro eso!

Chico estaba viviendo en el barrio de las Américas 2, allí más bien estaba posando donde un amigo, mientras conseguía trabajo.

Todo iba bien hasta una noche que pasó algo de lo que todavía la gente no deja de hablar.

Armando el “Cacho”, que así le llamaban al amigo donde vivía Chico, cuenta que Chico era muy fregado, y que además se tiraba sus churros, por eso tal vez siempre andaba en aprietos. Que prestame diez pesos; que prestame veinte; que mañana te los devuelvo: así era.

Un día, buscándose algo en la bolsa, se le cayó al suelo una cadena de oro.

- ¿De quién es eso?- le pregunté.

- Sí es mía, creelo -me aseguró-, lo que pasa es que no puedo ni venderla.

- ¿Y por qué?

- ¡Ah!, es que como no tengo ningún papel, pueden creer que me la caché, ¿ves?

- Sí, pero estás tan fregado que por lo menos la podés ir a empeñar al “Monte de Piedad”.

- Es buena idea -dijo Chico-, ahora voy ir.

Dice Armando el “Cacho” que Chico ha de haber empeñado la cadena que andaba porque le pagó a él los reales que le había prestado, pero que le contó algo que el “Cacho” no le hizo caso.

- Vieras que desde que empeñé la cadena me están pasando cosas.

- ¿Qué cosas? -le preguntó el “Cacho.

- Como que alguien me está saliendo.

- Saliendo, ¿cómo?

- No sé; que me están asustando.

- ¡Asustando! -y Armando el “Cacho” se le puso a reír.

- Sí, es verdad. Anoche no me dejó dormir un quejido que oía de largo.

- Tal vez algún vecino enfermo sería.

- …y más tarde, alguien que se me sentaba también en mi tijera… y después que yo sentí una mano helada que me pasó por la nuca.

- Dejá de pensar cosas- le dijo Armando el “Cacho” -vos estás volviendo a fumar hierba.

- No, hom…; creelo que no.

- …pues has de estar enfermo tal vez.

- Ve -le dijo Chico agarrándole la manga de la camisa-, aquí ando la boleta del empeño de la cadena en el Monte de Piedad, guardámela por cualquier cosa.

Armando el “Cacho” cogió la boleta, la leyó, y después que la dobló se la guardó en la bolsa.

Eso fue como el martes, el sábado fue todo el asunto.

Que ya sería casi la madrugada cuando ahí en el cuarto donde dormía Chico se empezaron a oír gritos, que la gente hasta se salió la calle a ver, en lo que adentro vieron como un fuego, relámpagos más bien, y Chico salió de adentro ahogándose, con los brazos para arriba, y en seguida se desgajó sobre el suelo con la cara morada.

Llamaron a la Policía y todo, después dijeron que había sido un ataque de asma que le vino dormido.

-¡Quién sabe..!- decía Armando el “Cacho”; aquí ha de haber algo.

- ¿Qués lo que ha de haber?- preguntó una vieja.

Armando el “Cacho” no se quedó tan tranquilo y habló con algunos otros vecinos.

- De todas maneras -le dijo uno- dicen que el hombre tenía asma.

- No- dijo Armando el “Cacho”, si vivía adonde yo vivo. Que era cierto que se volaba sus churros, ¿para qué te lo voy a negar?, pero que tenía asma no.

- De todas maneras -dijo una de las mujeres que estaban ahí- de algo se debe morir uno, ¿verdad?

Armando el “Cacho” no le hizo caso y se vino. Cuando venía en la calle se le ocurrió ir al Monte de Piedad.

Se paró detrás de la barandita del estante y enseñó la boleta de empeño de la tal cadena. El hombre la cogió, la leyó, después se vino a revisar un libro grande, deshojado y café que estaba encima de la mesa; buscó entre las hojas y después se volvió adonde estaba esperando Armando el “Cacho”.

- Ya vinieron a sacar esta prenda -le dijo el empleado.

Extrañado, Armando el “Cacho le preguntó -¿Y me pudiera decir, por favor, cuándo fue que vinieron?

El hombre le señaló la misma boleta que le había devuelto antes.

- Aquí mismo dice que fue ayer en la tarde -le dijo.

- ¿Y quién la vino a sacar?

El hombre alzó la mirada pensando.

- Pues no pudiera decirle -le contestó.
6/dic/06

El aruño

Fernando Silva

Lino Pérez venía de Romero, por Santa Cruz, cruzándose la montaña por una vieja abra que dejaron unos huleros. Don Lino venía acompañado por dos perritos, la Golondrina y el Pinto Trola cargado su saca hulado con ropa en el hombro y en la otra mano su machete y un palo que lo traía de bastón.

Venía pasando por unos bejucales, cuando de pronto siente que se le espantan los perras y en eso el animal que le cae encima desde arriba de las ramas de un guabo seco. El animal le cayó encima del hulado y el viejo dio el brinco sobre unos espinales con un gran susto, que sintió que tenía parado el corazón. Y que no podía respirar.

El animal se le sentó en frente vialinando el espinazo y con las enormes dientes. El viejo jochó a los perros mientras le asestaba un varazo en la nariz. El animal casi le quita el palo, los perros le latieron a la orillita, quiso el tigre coger a un perro, pero el perro se le zafó, el tigre se puso nervioso, el viejo le volvió a zampar, un perrito se le fue por delante, jai, jai, mientras el otro por detrás le latía también, el viejo le tiró otro varazo, el tigre le voló su manotón, el perrito le volvió a latir orillado y el animal se volteó  mientras el viejo le metió un jincón con el machete en el pescuezo y el animal bramó y se fue para atrás.

El viejo a cada movimiento le iba soltando la boca al saco hulado, hasta que en una de esas, cogiendo el viejo de una punta el saco, le echó al animal la rapa encima y con el machete lo jincó duro, cogiéndolo bien, el animal hasta se mió, el viejo le dio de filo en la coronita, el perrito le mordió la cola, el animal le tiró su manotón al viejo y él se sacó el tiro con el palo, pero lo atrasó un tranco y la uña de la pezuña lo cogió apenitas, por el hombro derecho, haciéndole una herida sobre el pellejo hasta el otro lado, pasándole por la barriga con todo y camisa.

El animal se ladeó bramando y el viejo le dio otro machetazo y el animal bufó estirándose pesado sobre el suelo. El viejo todavía lo acabó de matar y los perros no dejaban de latir. Llegó el viejo ya de tardecita a "El Castillo" y le curaron el aruño.

El Guiso

Fernando Silva

Mi tía Evangelina, me comentaba mi compadre Félix López que era una vieja embelequera; así, como si se tratara que ella fuera como un cuento.
 
Ella y mi otro tío, tío Ramón, siempre estaban ahí los dos juntos. Un día mi tío Ramón se enfermó él. Un médico que lo vio le dijo que en verdad lo veía mal y que debía de cuidarse mucho.
 
–¡Qué vaina fue eso para la tía…!
 
Me dijo el compadre Félix que eso les había preocupado mucho; pero hasta ahí, pues.
 
Como en otros días esa vez a la hora del almuerzo, tío Ramón, como lo hacía siempre se sentó a la cabecera de la mesa.
 
En un plato hondo se sirvió primero unas dos cucharadas de sopa de carne con yuca, dos tucos de quiquisque, culantro y también un huesito carnudito; luego en otro plato tendido se puso una ración de arroz, frijoles y unos dos pedazos de maduro frito.
 
Cuando se acercó la tía le dijo que no se olvidara del “guiso de pipián” que le había encargado.
 
Tranquila, la tía Evangelina se fue a la cocina a ver, y ahí se tardó porque tuvo que calentar el “guiso de pipián”, aunque de todas maneras se le olvidó ponerlo, porque además le faltaba traer algún bastimento; pero lo peor fue que al llegar a la mesa donde estaba comiendo el tío Ramón lo halló al pobrecito tronchado sobre la mesa.
 
Dice mi compadre Félix que cuando la tía lo vio se asustó mucho, levantando los brazos afligida y diciendo que eso le dolía muchísimo en el alma, y me agrega mi compadre Félix que así como estaba la tía Evangelina de atribulada le gritó al compadre:
 
–¡Qué triste es esto de Ramón, compadre Félix…; pero sobre todo me duele y lamento mucho el cuento de que el pobrecito de Ramón no se haya podido dar el gusto de comerse su “guiso de pipián”.
16/Junio/2013.

Nadie

Fernando Silva

Más de alguna parte tiene que haber adonde yo me pueda apear.

–¿No conoce usted… algún lugar? –le preguntó el otro a un viejo que estaba sentado allí en la acera de su casa, fresquiando.

–Aquí… –le contestó con toda tranquilidad el viejo.

–…pero que no vaya a ser caro –dijo el otro–, que yo ando escaso.

El viejo lo alzó a ver.

–No sé yo qué es lo que Ud. lo vería caro.

–…pues ni sé qué decirle; si Ud. me da una idea.

–¿Cómo le parecerían unos cincuenta pesos la noche?

–¿…y el día..?

–…todo…

–¿...con desayuno…?

–No, con desayuno; no.

–¿…tiene baño, si…?
–No.

–.¿..y?

–El baño está en el patio, con una pila.

–¿…y el excusado…?

–Allí mismo.

–…pero le ponen ropa a uno.

–¿No anda usted la suya?

–No.
–…pues no le resulta aquí, pues.
–Tal vez usted sabe de alguna otra parte.

–¿…como de qué…?

–No hay nada aquí; ¿qué hacen, pues, en este pueblo?

–Nada.

–Cómo que nada…

–Si algo le digo no me va creer…

El otro se puso incómodo.

–…pero me decían que aquí vendían piñas…

–En cosecha, sí.

–¿...y ahora...?

–Ahora ya pasó la cosecha.

El viejo se levantó de donde se había sentado. Una mujer que salía de adentro le ayudó a levantarse.

–Ese –le señaló el viejo al otro–.

–Cuál –le preguntó la mujer–.

-Ese de allí -dijo el viejo-; aunque tal vez ya se fue. La mujer se puso a reír de las frecuentes locuritas del viejo.

–No veo a nadie; a nadie –le dijo la mujer.

El viejo entró disgustado a la casa, gritando… ¡Nadie entonces, pues…! ¡Nadie…!

Las gentes que pasaban en la calle se quedaban paradas oyendo curiosas al viejo.

Y el viejo desde adentro seguía gritando:

–¡Nadie… Nadie…
15 / Junio / 2013.

Don Chilo

Fernando Silva

Amigo y vengo y pego la carrera, que ya ni cuenta me di del sombrero que dejé ¡Já!, ¡Já! ahí tirado en el suelo.

-Y onde cogieron las otros?

-¡Esh! cada quien se las mandó a jalar por su lado

-Oh, don Chilo, este

-¡Ja!, ¡ja!, ¡ja! -se rieron en coro los amigos.

Los tres hombres estaban sobre la mesa, riéndose. El cantinero que se había quedado oyendo el cuento con la caro apoyada en las manos, se reía también enseñando sus menudos dientes que le daban a la cara un aspecto de ardilla.

Estaban en la cantina los tres hombres reclinados en los taburetes. Sobre la mesa un viejo plato enlosado, todavía mantecoso y restos de comida y recado a la orilla. Los hombres estaban hablando cerca de la ventana mientras un candil parpadeaba en la solera. El ruido de la puerta que pegaba en el suelo al empujarla, hizo a los hombres volver la mirada afuera.

Don Chon Canales estaba sacudiéndose el polvo y cuando vio a los otros se vino a saludarlos

-¡ Y diay don Chon!

-¡ Y diay don Chilo!

-¡Y onde se me había perdido?

-Ud es el perdido, don Chilo. Ayer casualmente le preguntaba por Ud al patrón y él me contó que Ud ya no venía por estos lados, que como que andaba metido en el negocio de reses.

-Ah, sí. Efectivamente, don Chon.

-Siéntese un rato don Chon -le dijo uno de los hombres a don Chon, mientras le acercaba un taburete.

-Ah, gracias -dijo don Chon- pero viera que ando de carrerita no quiero me vaya agarrar la noche. Pero ya que están Uds aquí, me van a permitir la confianza de convidarlos a tomar algo aunque sea.

- Gracias -dijeron los otros.

-Yo le agradezco de lodos maneras -dijo uno de camisa blanca que estaba en la rueda- pero es que yo no bebo. -Pues aunque sea una chibola, mi amigo.

-Ah, bueno - cabeceó el otro.

Los hombres se acomodaron en sus lugares mientras traían lo que iban a beber.

-Y cuénteme de su vida, mi amigo don Chilo.

-Y qué quiere que le diga, mi amigo don Chon, si nosotros los pobres sólo de trabajo es lo que sabemos hablar.

Don Chon se sonrió.

-A ver, cuéntele a don Chon ese pasaje que me acaba de echar -le dijo el hombre de la camisa blanca a don Chilo.

-Ah! No -dijo don Chilo, apenado -si no tiene importancia ai en otra ocasión.

-A ver! A ver! écheme ese cuento –le dijo don Chon.

-¡Esh ! si no es nada, don Chon.

-¡Cómo que no es nada! -protestó don Chon ¡Ismael! ¡Ismael! -gritó al cantinero- tráeme esos tragos.

-Ya voy don Chon -le gritó el cantinero.

El cantinero vino al ratito, puso los vasos y la botella. Los hombres se sirvieron y bebieron.
-Y diay, y el agua? -preguntó el otro hombre.

-El agua? -dijo don Chon extrañado- y para qué quiere agua? Que no ve que se le quita el gusto? Los hombres se sonrieron.

Algunos hombres estaban en el mostrador bebiendo agachados y las sombras de los cuerpos daban en la pared y se veían grandotas.

–Pues como iba diciéndoles -empezó don Chilo.

-Ajá -dijeran todos y se quedaron quietos oyéndolo.

-Ha de saber Ud que yo venía padeciendo del hígado. Amigo, que ya me traía incómodo el mal. Yo con hierbas ¡qué no bebí!, medicamentos del doctor, todo y como si lo echara en un pozo. Todo era que comiera comida pesada, como decir carne de chancho ai no más me venía el dolor, como una estaca aquí al lado derecho, arribita de la cintura. Pues en esos días la mujer oyó que había un curandero muy bueno en Norome. Yo para que le voy a decir, yo no ando creyendo en ésos, pero todos los días la mujer -tanteá con el hombre ese – andá velo - qué te cuesta - tal vez te cura-, hasta que al fin me decidí. En el nombre de Dios me dije, quién quita. Y como también Roque, Roque Rivas, el de la quebrada del muerto.

-Roque Ríos, será -lo corrigió don Chon.

-Ah, sí miento Roque Ríos es. Pues como le iba diciendo, él también estaba mal de los riñones y el hijo de él, el más grande.

-Ah, Camilo? -dijo don Chon.

-Eso es Camilo. Pues los tres hicimos el viaje. Cogimos el camino de Masaya, pasando antes por Nindirí y luego hasta la laguna. Como a las ocho, por ai, fuimos llegando a la Orilla y como era pues ya larde, entramos a un roncho a pedir posada por la noche.

Dejamos los caballos en el patio y nos acomodamos afuera, porque sólo era un rato que íbamos a pasar, porque teníamos que salir con la clara. Pues ai dejamos las bestias con las albardas y nosotros buscarnos ande arrecostarnos.

En el rancho éste que le digo, solo había un viejo con cara de loco que tenía un lunar de pelota en la cara y un muchacho medio guanaco grandote el indio, pero viera que ajambadote que se veía.

El viejo antes de acostarse, empezó a rezar un rosario con más letanías que espinas tiene un pochote y todavía el viejo le daba sus vueltas y revueltas con las meditaciones, el pedido a los tres Angeles custodias, la subida al Monte Carmelo y la salve a las benditas ánimas del purgatorio.

-Que ni que fuera cura este viejo -me dijo Roque.

-Ai de jalo -le dije yo.

El viejo pasó toda la noche haciendo cruces para espantar al diablo. El viejo rezaba y el muchacho le respondía.

-Amigó -le digo yo al viejo- me pudiera hacer el favor de despertarnos muy de madrugada, si es que Ud se recuerda temprano?

-Pierda cuidado mi amigo -me respondió el viejo- yo a las cuatro comienzo el trisagio
-Ah, bueno -le dije y comencé a buscar el sueño.

¡ Esh, chocho! -me dijo Roque- todavía tenemos que aguantar un trisagio.

-Ai dejalo -le dije yo.

 Bueno pues, pasó el tiempo ai onde estábamos.

Yo no me dí cuenta, claro, lo cansado que andaba, que ande yo me acurruqué era justamente a la orilla de una canoa vieja onde tenía él muchacho guanaco su dormitorio dél. Pues bien, el muchacho mentado para no molestarme se me acurrucó él entre las canillas a mí. Yo me dormí de viaje. Quién sabe, qué va saber uno nada. Pues viera que cosa, primero algo de pronto, siento un alumbrón encima de la cara y juntamente un sonido de campanas, talán, talán, talán, talán, pero bien fuerte y todavía alcancé a oír el grito de ''Ave María Purísima".

Gracia concebida” "Señor Dios todo poderoso" y allá le va el talán, talán, talán que yo ni qué pensar en ese trance, me espanto todo qué va uno a saber, verdad? Yo lo primero que hice, la costumbre del montado, fue afianzar las espuelas y apretar las canillas, haciendo chirriar en la corrida las dos chocollas y, amigo oigo un grito peor, encima de mí.

-¡Ay! ¡Ay! me agarró a mí ¡Suéltenme!, Suéltenme! ¡Ay! mi pescuezo ¡Ay tatita me agarró el diablo! ¡Ay! ¡Ayay!

-Qués? Qués? Qués éso? gritamos todos, y al viejo mentado lo vide en camisón que venía gritando con un candil en la mano

-"Ave María Purísima" ''Dios Todo Poderoso" "Que fuerte venís” “Qué fuerte mi Dios"

Y amigo y me percato que yo tenía al muchacho ensartado en las espuelas y el indio soreco gritaba

-¡El Diablo! ¡El Diablo Tatita! que me agarró aquí, ¡ay!, ¡ay! Vengo yo y pego el brinco en ese alboroto y busco a los demás que los diviso que yo iban desbandados en busca del poste donde habíamos amarrado las bestias y yo también cojo el desguindo.

-¡Munós! ¡Munós! -me gritan.

Me tiré en el caballo y le echo la rienda y salimos en un solo polvazal.

-jJa! ¡Ja! ¡Ja! -se rieron.

-Entonces perdone que lo interrumpa, -dijo don Chon, colorado y tosiendo de risa- Entonces eso fue lo que me habían contado de la asustada que le dio el Diablo a Pitón, el ñeto de don Ursulo?

-Pues si1 eh, el mismo, ¡ven qué cosas! –dijo don Chilo.

-Pues amigo ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja¡. Y sabe Ud qué es el día y todavía cuentan lo del Diablo que le aruñó todo el pescuezo al muchacho? Y que todo el que pasa por el patio para entrar al camino se persigna y reza el "San Silvestre está en la puerta y San Manuel en el sagrario'?
-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! -se rieron contentos los hombres.

-Y bueno y el mal del hígado en qué paró? -preguntó don Chon.

-Pues quería con un susto, don Chon –contestó don Chilo- ahora con los traguitos sin pasarme mucho y teniendo cuidado en las comidas pues ai vamos.

-Cuídese don Chilo -le reconvino don Chon- y deje de andar de Diablo, que ya está viejo, don Chilo.

-Que estamos, don Chon – le dijo cerrándole un ojo.

-¡Ja! ¡Ja! -se rieron los hombres contentos.

La noche era caliente. Afuera estaba sola la calle y un perro latía en un patio.

Los hombres salieron juntos, sus sombras iban adelante. Al otro lado la luna iba cayendo entre las tablas de un cerco.

–Adiós pues don Chon.

-Adiós pues don Chilo y no se pierda de por aquí.

-Cómo no -le gritó don Chilo.

Don Chon encendió su pipa ¡Ah, hombre este don Chilo el mismo de hace años! -dijo sonriendo.

Arrendó su caballo y se fue al trote.

El hombre del sombrerote

Fernano Silva

Había amanecido sin lluvia, pero el tiempo estaba puesto y seguía nublado. Nadie había en la calle, sólo un perro que olfateaba las puertas y algunas gallinas que roscaban las basuras que dejan las corrientes.

El muchacho se había sentado en las graditas de la acera y se arrecostó a la baranda. Bostezó y estiró los brazos con lentitud. Con los pies empezó a jugar distraído, remolieando el talón sobre la tierra y restregando los canutos de la grama que empieza a brotar. Pensaba en nada. Se rascó con la mano una oreja y allí se quedó mirando el río y el viejo muelle. Al rato se levantó y se acercó a la orilla del río, cogió una piedra y la tiró largo cuando en eso vio venir un bote con un hombre que traía puesto un sombrerote y venía remando ligero.

-¡Eih! -le gritó el hombre- no es prohibido arrimarse aquí?

-¡No! -le contestó el muchacho y se le acercó. El hombre no traía nada dentro del bote y el muchacho le quedó viendo los pies blancos y arrugados de frío.

-Y de dónde se la trae? -le preguntó el muchacho.

-De por ai! -le respondió el hombre.

-De los guásimos?

-No. De más arriba de Quebrada Vieja.

-Y qué anda haciendo por aquí?

-Ando buscando al Comandante -le informó el hombre muy serio.

-Yo soy hijo de él -le explicó el muchacho -él es mi papá -le agregó.

-Ajá -dijo el hombre sin darle mucha importancia. Se apartó a un lado y amarró el bote en un poste de la orilla, se limpió las manos sobre el pantalón y volvió donde el muchacho.

-Y dónde está tu papá? -le preguntó.

-Está dormido todavía -le dijo el muchacho.

-Andá despertalo, pues.

-No le gusta que lo despierten.

-Es que es urgente -le explicó el hombre.

El muchacho lo quedó viendo pensativo y se volvió a fijar en los pies arrugados del hombre.
-Lo vas a ir a llamar? -le dijo el hombre.

–Bueno pues -dijo el muchacho, resolviéndose.

El viejo Comandante ya se había levantado y estaba en el lavamanos rasurándose.

-Ahí lo buscan -le dijo el muchacho.

-¿Quién es? -le preguntó el viejo- ¡Tan de mañanita comienzan a fregar! y por qué no le dijiste que estaba acostado?

-Es que dice que es urgente. Ah, bueno pues. Que me espere un ratito, que ya voy -le dijo el viejo, y siguió rasurándose.

***

-Buenos días -dijo el hombre, entrando-

El Comandante se ladeó un poquito para verlo por el espejo.

–Buenos días -le contestó y siguió rasurándose.

El hombre se quedó parado donde estaba y el viejo se agachó sobre la pana de agua para quitarse el jabonado, después se inclinó o un lado a coger lo toalla.

-¿Qué se le ofrecía? –le preguntó mientras se secaba.

-Pues es que aquí vengo a entregarme -le dijo el hombre.

-¡A entregarse! –exclamó el viejo sorprendido. Cogió la pana y se vino a botar el agua a fuera. El hombre lo siguió con la mirada.

-Es que anoche maté a uno -le explicó.

-El viejo puso lo pana a un lado.

-Anoche qué ? -le preguntó pasándose la mano por la barba.

-Anoche maté a uno -repitió el hombre.

-Ajá -dijo el viejo sin saber que hacer- y adónde fue eso?

-En Quebrada Vieja.

-Quebrada Vieja queda después del Grillo? –le preguntó el Comandante con naturalidad, y como recordando el lugar, siguió.

-¿No es de ahí de donde son los Ramírez?

-Si -dijo el hombre- Alcibíades y Fermín Ramírez.

-Y el viejo don Lolo deme razón?

-Pues, ahí está don Lolo -dijo el hombre tranquilo.

-¡Ah, don Lolo, buen amigo mío, sabe? –dijo el Comandante y se quedó un rato pensativo y Ud cómo se llama? -le preguntó.

-Manuel Boza -le contestó.

-Entonces siéntese aquí.

-Y le señaló una silla.

El viejo dio lo vuelta y se dirigió a la cocina.

-Ya va a estar eso? -preguntó.

-Dentro de un ratito -le dijo la cocinera- sólo faltan que estén los plátanos.

-Y qué no hay tortillas?

-No -dijo la cocinera- no echaran donde las Menas.

-¡Vaya pues! -exclamó el viejo y regresándose donde la cocinera, le dijo- Ve, freite unos dos huevos más para un hombre que está ahí.

-Si señor -le respondió la mujer.

Después de un rato pusieron lo mesa. El viejo Comandante llamó al hombre a comer. El hombre se sentó a un lado callado y se sirvió un pocillo de café. El viejo le pasó los huevos y el hombre ladeando el plato se sirvió, después cogió sal y la desparramó encima de los huevos y con la punta del plátano destripó las yemas y se fue comiendo los huevos, chupando trocito por trocito de bastimento.

- Y por qué hizo eso? -le preguntó el Comandante.

El hombre no contestó. El viejo le pasó más bastimento. El hombre lo miró y siguió comiendo.

-Y por qué no cogió mejor para Costa Rica?

-Allá también debo otra.

-Entonces para la Barra, pues.

-También me buscan los de la Aduana.

-Y por qué escogió este lugar?

-No sé -dijo el hombre- y se acomodó en el asiento.

El viejo se levantó a traer agua de la tinaja.

-Quiere agua? -le preguntó.

-No -dijo el hombre- gracias.

-Ve -llamó el viejo al muchacho- andá buscame a Alfonso. Decile que venga, que lo necesito.

El muchacho salió por la otra puerta.

Alfonso estaba acostado en una hamaca con una toalla enrollada en el cuello y tosía mucho.
-Decile que estoy enfermo -le dijo al muchacho- que me estoy ahogando del catarro y que no puedo llegar.

El muchacho se volvió a dar la razón.

En el camino se entretuvo recogiendo caracoles verdes que se esconden entre las matitas que cubren los charcos. En el hueco de su mano recogía varios y después los botaba. Había unos caracoles que estaban blandos y el muchacho los reventaba y se reía con el ruido que hacían entre sus dedos.

El sol apenas salía en parches de luz entre la arboleda húmeda y se oía muy claro el ruido del raudal en el silencio del puerto.

En la cantina de Los Goyos estaba el guardia todavía caído de la gran picada de la noche anterior, estaba dormido sin zapatos y con la camisa enlodada. Una vieja que estaba barriendo la acera lo quedó viendo y cabeceó, y después siguió barriendo. El puerto dormía y algunos zanates chillaban en un palo de mango que quedaba cerca de la casa.

El muchacho empezó a apedrear los zanates y allí se quedó un rato.

Después se acordó del mandado y se aligeró. Cuando llegó a la acera de la casa se detuvo viendo al río que estaba lleno de neblina y en un medio claro que quedaba divisó un bote que iba largo con un hombre que llevaba un sombrerete.

El muchacho entró en carrera a la casa.

Sentado en un butaca estaba el viejo Comandante leyendo un periódico.

-¿Y el hombre del sombrerete? -le preguntó el muchacho asustado.

-¡El hombre de qué! -exclamó el viejo, dejando de leer y viendo al muchacho por encima de los anteojos ¿Cuál hombre? –gritó.

El muchacho dio un paso atrás sorprendido.

-¿Es que ya volviste, con tus ocurrencias?

¡Ah! -exclamó el viejo levantándose del butaco.

-Andá comé -le ordenó el viejo-, hace rato que pusieron el café y vos que quién sabe para dónde cogés.

El muchacho entró en la otra pieza, parpadeó y de un salto se encaramó en la ventana.

Allá largo se divisaba apenas entre lo neblina un bote que iba.

Se sentía venir un aire de lluvia. El muchacho se sentó en la mesa y deteniéndose la cara con las manos se quedó divisando el río y oyendo las gotas que empezaban a caer sobre el techo de zinc.

Amar hasta fracasar

Hay escritos curiosos que se han hecho con el lenguaje. Versos que se pueden leer al revés y al derecho, guardando siempre el mismo sentido,...