martes, 1 de marzo de 2022

La mica

Fernando Silva

Bien contento se puso Chema Pomares cuando me vio.

-Te acordás de la Mica -fue lo primero que le dije.

-¡Je, ¡Je! -se rió a mi lodo una mujercita.

-¡Ehé! Adiós Matilde, si no te había conocido -Le dije alegre de verla.

La mujercita me abrazó duro y me fijé que había envejecido bastante.

-¡Si sos la misma Matilde! -le dije riéndome.

-¡Je!, ¡Je! -se rió ella- Pero qué grande que se ha guelto usté -me dijo.

-¿Deme razón de la familia? -me preguntó Pomares.

-Están todos bien, muchas gracias.

-Que me alegro, y la Nia Lolíta?

-También

-Y don Chico?

-Todos están bien -le dije.

Yo me senté en una banquita. Había allí otros hombres que estaban comiendo, con los cuales me hice amigo muy pronto y después estuvimos platicando hasta ya noche.

-Es que yo estuve de cuidador en la finca de don Chico, el papá dél -les explicó Pomares a los otros.

-¡Ajá! -le dijo un viejo que estaba sentado a mí lado y que se llamaba Miguel.

-Bueno -siguió Pomares, entre cerrando sus ojos como tratando de recordar- casi no había luna.

-Y nosotros habíamos llegado esa tarde –le agregué yo.

-¡Ah, sí Ya me acuerdo! -afirmó Pomares.

-Bueno pues -siguió- yo me había recostado en la hamaca y como el perro comenzó a neciar, ve a ver qués, le grité a la Matilde.

-Es que le ha cogido tema al gato -me contestó la Matilde.

Así fue que ya no me volví a preocupar más. Al rato, el perro sigue, entonces lo chiflé y ya se quedó echado bajo la hamaca. Pasó un buen rato, ya me estaba acomodando cuando en eso oigo que de un palo de mamón que está en mitad del patio, la cantadera de los gallinas que se volaban asustadas y el perro en un solo aullido.

-¿Qués eso? -grité otra vez.

-Ha de ser zorro -me contestó la mujer que también se había despertado.

Entonces corro a traer la escopeta y me salgo afuera a ver.

Así que yo que veía para arriba del palo, cuando en eso oigo

-¡Cuas! ¡Cuas!

Ni más ni menos como una Mica. Me vuelvo a un lado y lo veo clarito a la animala que me bailaba.

Ni sé que se me vino a la imaginación. Vengo, le apunto pues y fuá! le dejo ir el tiro amigo, y se capea el animal, da un brinco y con las manos subidas me vuelve a hacer

-¡Cuas! ¡Cuas!

Quiebro la escopeta entonces y le meto el otro cartucho y lo busco.

Se me había perdido en lo oscuro, yo quedito la estaba buscando por unos troncos, cuando me llora a mi espalda.

-¡Cuas! ¡Cuas!

Me lo voltello y entonces ya estaba otra vuelta atrás de mí

-¡Cuas! ¡Cuas!

Amigo ya me puse incómodo, le jocho el perro y lo noto que estaba en un solo temblido.

-No hay como en esa hora -dijo el viejo Miguel- que decir tres veces "Que la sangre de Cristo me valga" vella eso es ya.

-Bueno que me lo haiga dicho -cabeceó Pomares- Pues, entonces y como le iba diciendo, cuando diviso de nuevo al animal le dejo ir el otro.

-Y le distes? -le volvió a preguntar el viejo Miguel.

-Qué va! Si no ve que era cosa mala? A mí me entró helazón en el cuerpo y todo me gedía a comején. Pues bueno amigo, al fogonazo el animal se agacha y ni lo quema y sale en carrera para una hortaliza.

-Sí, es cierto -me rnetí yo en la conversación- me acuerdo cuando se echó al suelo paro pasar el cerco de alambre que hasta dejó el rastrillazo.

-Y es verdad que así fue.

Solo eso

Fernando Silva
El ruido del motor se oía más cerca, más bien salía el ruido del lado de la montaña con el eco.

A ratos, como que el viento lo apaga y entonces se oye más lejos otra vez y así está hasta que uno divisa al fin aparecer el remolcador y las lanchas planas sobre el río.

El poco de garzas salen aleteando y se van volando lentamente, mientras un oleaje queda meciendo los gamalotes de la orilla.

La tarde era la misma unos grandes genízaros y los altos cedros al otro lado. Los pasajeros están parados en el muelle y se quedan mirando la larga calle del puerto.

Yo estoy sentado aquí en la puerta esperando la hora de cenar.

Con este cigarrillo ya me he fumado cuatro.

Solo faltaba que empezara a llover otra vez ahora.

La semana pasada tuvimos vendaval de lunes a sábado y han seguido los días nublados.

Me gusta el invierno, siempre me ha gustado.

Estamos en luna nueva.

La luna entre los nubarrones sale apenas.

Don Concho el maquinista de la Aduana me decía ayer que va a seguir el temporal.

-Fíjese en la luna, amigo -me decía.

Me acuerdo de Don Concho.

Me acuerdo de la Rosa y de doña Elisa y del Maitro Luis y de doña Juliana siempre en la cocina y con su bata negra por el duelo de una gata.

Me acuerdo de don Alfonso Gómez H , el Secretario ¡Mi amigo don Alfonso!

Y de los Cascanes y de los Herreras y de los Bolbinas y de la sombra del Comandante, cuando en la noche se salía a colgar la lamparita en el alero de la puerta, y la sombra se estiraba sobre la calle y llegaba hasta el río, hasta el agua.

Don Concho el maquinista de la Aduana vive con doña Paula.

Doña Paula es fea, pero tiene la gracia de reír con ganas.

Ayer me preguntaba si yo creía en los muertos, en los muertos que salen.

-Salen para dónde? -le pregunté- Es que ya se van los muertos? Y quién va a quedar, entonces?

Y ella se rió con ganas.

-Ud es de los que no creen -me dijo.

-No -le dije- todo lo contrario. Y ella se rió con ganas.

-Ud sabe -me dijo seria- lo que le sucedió a los Báez el otro día?

-Ajá !

-Pues le voy a contar.

Se sentó en la banca, y yo me senté a la orilla.

-Pues el otro día que tenía que salir para San Carlos don Lolo, le dijo a doña Carmela "Me levantas en la madrugada, hijá, para salir temprano", le dijo.

Pues él se acostó a dormir y cuando ya creyó que era de madrugada, se empezó a desperezar, en eso sintió ruido en la cocina y pensó que era doña Carmela que estaba prendiendo el fuego para alistarle el café y no hizo caso, pero al rato una voz una voz baja y ronca a su orilla, que le dijo:

-"¡Lolo! ¡Lolo!" -¡Esh! -dijo él y se enderezó un poco, espió y al rato la voz otra vez:

-"¡Lolo! ¡Lolo!"

Brincó de la tijera y buscó algo, un palo que fue lo primero que halló y otra vez lo voz:

-¡Lolo! ¡Lolo! ¡Casate!

-Vea -me dijo doña Paulo, poniendo la cara seria. Solo doña Carmela dormía en la otra pieza, y don Lolo piensa que era la voz del difunto Ramón, su Tata dél, que era muy católico y ha de estar penando quién sabe -agregó pensativa.

-Quién sabe! -repetí yo.

-¡Ajá! ¡Qué me dice pues! ¡Ay tiene una prueba!

-¡Quién sabe! -le repetí.

La vieja se levantó un momento.

-Me voy a fumar otro cigarrillo -le dije.

Saqué el cigarrillo y lo encendí, tiré una bocanada de humo y le pregunté:

-y don Lolo se casó, al fin?

-Y con qué cura?

-Pero en San Carlos.

-¡Ah ! -pensó un rato y volvió— pero qué será que lo gente se casa y entonces comienzan las dificultades?

-Tal vez a Dios no le gustan los casados.

-¡Cállese! ¡Qué cosas! I diay Tal vez!

-Vea, por ejemplo, el hondureño que vive en El Grillo es casado y la mujer yo lo sé, le reza a Santa Brígida para que se muera, porque el hombre es un demonio, palo y polo eso es lo que le da.

Y usted doña Paula, no es usted casada?

-Pues, para decirle verdad, medio casada y medio soltera. A mí me echó la bendición mi madre cuando se moría y como Concho es muy fino, para que le voy a mentir yo no me quejo.

-Doña Paula -le dije cambiando de conversación- Ud es de aquí de El Castillo?

La vieja se volvió o sentar.

-Le voy o contar -me dijo

-Yo no soy propiamente Castilleña Vine hace años a los cortes de madera de Mr Laines con mi tío y mi madre. Murieron los viejos y yo me hallé a Concho y nos juntamos. La vida, si me pregunta es todo eso. Yo estoy conforme y quisiera algo más, pero no se puede ay vamos. Concho, para que le voy a decir, él cree que eso es todo, pero uno se aflige a veces, verdad? Yo quisiera irme al interior, pero quien sabe. Ai el otro día fuimos a la Barra y las mismas cosas, y qué dije yo, nada de esto cambia, parece que cambia pero siempre nos vamos y después venimos. La verdad que hasta que uno está en su casa, en su tierra, hasta entonces uno es de verdad yo no sé, pero Ud me entiende, verdad?

-Me voy a fumar otro cigarrillo -le dije.

Y ella se rió con ganas.

Se levantó para ir a la puerta, divisó un rato la calle y volvió.

-Y usted? -me preguntó.

-y yo? -me repetí yo.

Lancé una bocanada de humo, estiré los pies y me miré la punta de los zapatos, toqué un zapato con el otro moviendo los pies, nervioso.

-Volvía a verme como cuando se inclina uno sobre el río cogiendo con las manos agua para beber y hubiera sentido de nuevo chorrearme el agua que se escapa de las manos sobre el pecho, remojorme la camisa y oír después a mi padre.

-Venís todo empapado un catarro andás buscando.

-¡ Pasame los fósforos!

¡Lleva te esa silla para adentro!

-¡Anda traeme el reloj!

-¡Ve a ver si trajeron carta!

-¡Cambiate esa camisa!

-¡Comprame una mecha para la lámpara!

-¡No te andés metiendo en los charcos!

-¡No vengas tarde a comer que se enfría la sopa!

-¡Sé serio, Fernando sé serio! Que yo estás grande.

Y el río culebreaba entre mis manos, y la lluvia me rozaba la espalda y me daba escalofríos, y el puerto solo, largo, con el cielo nublado siempre, y yo chiflando al perro y corriendo a esconderme detrás de unos barriles, mientras el perro lloraba buscándome y moviendo la cola y lo cabeza.

La culebra

Fernando Silva

-¡Mamá ¡Ah Ahaá

-¡Qués! ¿Ah? ¡Ai voy!

¡José José! -lo llamó sacudiéndole el brazo.

¿Estás soñando, hijó? ¡dabas gritos!

-¡Ah! No sé ¿Estaba gritando?

-Ha de ser que comistes y ai nomás te acostaste. Date vuelta al otro lado. El hombre se acomodó en su tabla. Se empujó con los talones y se estiró. La vieja volvió a su rincón, levantó el mosquitero y se metió. Afuera no se oía nada El viento hacía remolinos en el patio. La luna se divisaba pálida al otro lado de unos árboles secos. Pasó un rato. La vieja alzó la cabeza para ver al hombre, vio que se movió y entonces se quedó tranquila. Allá de repente se oía algún pocoyo que bajaba cerca y chillaba en el patio. La vieja se cobijó los pies y se sentó en la tijera.

-¡José! ¡José! -llamó otra vez al hombre- ¿Que te hiciste hijo?

-Aquí estoy -le contestó de afuera.

-Qué, te sentís mal?

-No. Es que salí a orinar.

-¡Ah, bueno ... !

El hambre estaba parada a la orilla del cerco. La vieja lo vio de espaldas, "Algo tiene éste" -pensó.

El hombre volvió a entrar al rato. Se sentó en la tabla y se restregó los pies sacudiéndose el polvo, enseguida se echó boca arribo con los brazos debajo de la cabeza. Soplaba viento afuera. La vieja levantó el mosquitero y sacó la cabeza.

-¡José! -le habló.

-Qués -respondió sin ganas el hombre.

-¿Qué tenés, Ah?

-Que voy a tener.

-¿No sentís algo? Tal vez es calentura.

-No. No es nada -le dijo.

La vieja se levantó y se vino para afuera. Cogió un trapo que tenía guindado del clavo de la puerta, se lo puso encima y salió para la cocina. Escurcó en el cocinero y sopló varias veces. Algunas brasas se reavivaron. La mujer atizó el fuego con unas astillas, buscó un jarro y cogió agua de un tinajón que estaba al lado. Después volvió a soplar y entonces apareció una llama rojiza que hizo resplandor. El hombre también se había levantado y andaba sin camisa, dio una vuelta y después se acercó. La vieja se apartó y cogió un tarro que tenía en el banco y lo ladeó para ver adentro.

-¡Si ni hay café ! -le dijo.

-¡Ai déjelo -dijo el hambre. Se hizo a un lado y se sentó sobre un montón de leña.

-¿No querés que te haga un tibio, pues?

-Bueno -le contestó.

La vieja atizó el fuego con otras astillas y después se enderezó parándose enfrente del hombre.

-Te he visto medio tristón, hijó.

-No -cabeceó el hombre.

-¿Te venís a quedar ahora?

-No, mama me voy ir.

-¡Otra vez pues!

La vieja se quedó pensando un momento.

-¿Que andás huyendo? ¡Decime Ah!

-¿Qué le voy a decir, mama ?

La vieja se dio vuelta y se agachó para ver el jarro.

-¿Te persiguen?

-Sí -le contestó.

-¡Ay! -se quejó la vieja, enderezándose.

-¿Ve? Por eso no le digo nada.

La vieja se voltió de frente.

-Ya ve pues, ahora empieza a llorar.

-No -le dijo la vieja secándose los ojos con el trapo.

Por la cabeza de la mujer pasó todo, como cuando pasa una ráfaga de viento y todo lo alborota. Se cae un traste al suelo y se derrama y al levantarlo todo se ha ensuciado. La vieja tartamudeó.

-¿Qué qué te ha pasado? ¡Decime!

¿Que no soy tu madre, pues?

-¡Ah si estoy fregado! -se lamentó el hombre.

La mujer se sentó a un lado con la cabeza inclinada como si se fuera a dormir o a morir. El hombre se levantó, se arrimó al pilar de la casa y levantando el brazo se agarró del poste.

-Tal vez ya me andan buscando -dijo y miró a lo largo del patio. Por allá se veía la luz de una casita de la orilla y un perro aulló por el arroyo.

-¿Alguien me vio venir? -le preguntó –Yo le mandé a decir que no le dijera a nadie que iba a venir ¿Que no le dio la razón el muchacho?

La mujer no le contestó. El hombre le puso la mano encima de la cabeza. La vieja sintió el calor y el peso de la mano, entonces levantó ella su mano y la pasó por encima de la mano del hijo.

-Si no es culpa mía -dijo el hombre- ¡Quien sabe! -y pensó. Si yo ya me iba a componer. Yo dije me voy ir onde mi mama y voy a trabajar otra vez ¿Me está oyendo, mamá?

-Sí -cabeceó la mujer.

-Pero allí nomás me viene entonces la vaina –le explicó.

Es como una culebra. ¡Sí, mama! ¡Como una culebra que me pasa por encima de los ojos. Como una tira que me tapa, una telaraña en la vista y entonces se me viene un salival a la boca y no se después. Figúrese que yo me había ido a Tisma –siguió hablando el hombre- a buscar trabajo onde un don Luis Mejía. Un amigo mío me dijo que pagaban bien. Allí empecé a ayudar en la composición de un Molino. Como a los días, un tal Manuel que era el soldador me llamó afuera, ¡yo ni sabía para qué! -Ve -me dijo- ¿Te querés meter con nosotros en un volado?- y en eso, yo vi en la cara del hombre la risita y la carita de la culebra. La vieja levantó la cabeza.

-¡Eso es el mal! –dijo.

-Bueno pues -siguió el hombre- entonces Manuel me dijo si no hay nada que hacer y me explicó que el día de pago nos volviéramos y nos lleváramos los reales que don Luis guarda adentro, que como los sábados él se picaba, ni cuenta se iba a dar y nosotros nos largábamos. Como yo era nuevo, ni conocía bien la casa, entonces me respondieron que yo solo iba a vigilar afuera. Yo les iba a decir que no, pera otra vuelta la culebra! Vi la culebra mama! y lucho a ver si les decía que no pero no quería que fueran a creer nada. La vieja suspiró, suspiró duro como si quisiera coger el aire que se le iba de ella misma y al coger aire, sentía que le hacía daño adentro como si tuviera el asma.

-y entonces -siguió el hombre hablando- nos fuimos ese sábado, yo estaba -y se interrumpió- Pero no se lo diga a nadie, mama -¡Acuérdese que Ud es mi mama! -y siguió- Hicimos así como le dije. Entramos de noche al cuarto que daba al otro lado de unos palos. El hombre, don Luis estaba levantado, lustrando unas botas estaba, sentado en un taburete allí a la orilla de la lámpara.

-¡Qués! Ay! -gritó don Luis cuando nos vio entrar a nosotros y asustado voló a un lado el zapato que tenía.

Ya no ví más mama. ¡Si yo me iba a quedar afuera pero la escopeta me la pasó Manuel a mí y yo le disparé al hombre en la cara cuando él se me voltió. Después -siguió contando el hombre con la voz que se le había puesto como hueca- yo solo veía ruedas y ruedas, como culebras que me andaban encima, como culebras! -repitió medio llorando, y se dio vuelta agarrado al poste y con la otra mano se sacudió las narices, sonando como hace un animal cuando resopla.

La noche estaba ya acabando y se veía apenas lo claro. Las casas más cercanas estaban repartidas en todo el lugar. El arroyo seco lleno de basuras separaba la casa que quedaba como encaramada en unos matorrales El patio era pequeño y seguía un caminito hasta el arroyo y salía después a un camino más ancho hasta dar con la calle. Solo allí había un poste de luz. La demás estaba oscura. El fuego del cocinero ya se estaba apagando y el agua del jarro se consumió. Parecía que nada había pasado. La vieja sentada y el hombre parado a un lado. Entonces se oyó un ruido que venía del otro lado y por el poste de luz se vio aparecer un jeep con los focos encendidos.

-¡Esh! -gritó el hombre- ¡Son los guardias! -y salió corriendo para los matorrales.

La vieja alzó la cabeza para ver. Los faros del jeep alumbraban alto y vio venir unos guardias corriendo que bajaran el arroyo y otros hombres que salieron de la loma. Uno de los guardias que traía el rifle en la mano se le acercó.

-¿Onde está? -le preguntó.

La vieja lo quedó viendo nada más. El guardia la apartó volándola a un lado y se metió al cuarto. Con la punta del rifle levantó el mosquitero.

-Allí no está -le dijo al otra guardia que lo esperaba afuera.

-Ha de haber cogido para atrás -le dijo el otro guardia. Entonces salieron los dos corriendo para el lado de las matorrales.

-Aquí está la camisa -dijo uno de los hombres que se había quedada ahí, levantando la camisa del suelo y volviendo a ver a la vieja.

-Por onde cogió? -le preguntó el hombre.

La vieja encogió los hombros y dejó caer los brazos sin fuerza buscando como mareada donde arrimarse cuando se oyó el tiro detrás de la casa y entonces los otros hombres se fueron corriendo para allá.


Publicado por cortesía de ESSO STANDARD OIL, S. A. LTD

Los promesantes

Fernando Silva

Al llegar a un limpio del camino el viejo espantó la yegua. ¡Ei, uijuy! -le gritó agachándose sobre el lomo. El animal se le arrendó volándose para un lado y fue tan dura el sacudión, que por un tantito lo saca.

-Ai tiene pues, para que no vuelva andar de chusco -le gritó la mujer que venía detrás.

El viejo se rió echándose de espaldas sobre la albarda y espueliando otra vez la yegua salió en una barajustada hasta emparejarse con el otro compañero que iba adelante.

Una nube de polvo envolvió a los hombres.

El sol estaba bien caliente y el llano parecía de vidrio como reflejaba.

-Apuráte niñá -le gritó de largo el viejo sofrenando la yegua. Entonces la mujer aligeró su caballo.

Allí iban don Lupe García, el viejo Marco Gutiérrez con su mujer la Chabela Ruiz que vivían abajito de la Asunción y año con año no faltaban al Valle a pagar la promesa al Santo.

Serían ya pasadito de las doce cuando fueron entrando al camino plano.

En una vuelta el viejo paró la yegua y apeándose se puso a orinar tapado con la albarda.

-Un chistate te vas a sacar -le dijo la mujer.

-Si es que me venía reventando -le dijo el viejo alzando la vista.

Al ratito, en cuanto terminó, se montó otra vuelta y entonces se apuraron para alcanzar al otro que se había adelantado.

-Vamos a llegar tarde -le dijo el compañero cuando se le acercaron.

La Chabela alzó la cabeza buscando el sol.

Iban las tres al paso uno junto al otro y la Chabela que tenía que ir dando rienda para no atrasarse. Lupe García montaba un alazancito, el viejo Marco su yegua nueva y la Chabela un rocillo remolón. La fiesta del Valle era buena fiesta. Desde en la mañana el camino estaba alegre con la gente. Por ahí como cosa de las cuatro fueran llegando al Valle. Ya estaba aquello en lo fino y se oía la gritazón de los picados.

Ellos habían penetrado por un lado y ahora cogían derecho hasta la casa de madera donde vivía don Chico Narvaiz, muy amigo de ellos. Estuvieron un ratito parados antes de llegar a la casa para dejar pasar a otros promesantes que iban de viaje a la ermita cruzando la calle.

En cuanto m rimaron a la casa la salieron de adentro unos perros y detrás don Chico Narvaiz que venía regañando a los animales.

-Buenas tardes don Chico -lo saludó el viejo Marco.

-Mi amigo don Marco, mucho gusto de verlo por aquí -le contestó don Chico, levantando los brazos- pasen adelante -les dijo dirigiéndose a todos- pasen adelante.

-Estamos adelante -dijo el viejo sonriendo y comenzó a desmontarse.

-Buenas don Chico -lo saludó la Chabela que había arrimado el caballo a la orilla de la acera.

-Buenas, mi hiiita apéllese diay que ha de venir rendida -Y le detuvo la rienda. Entonces la Chabela se desmontó y el viejo se llevó la bestia a amarrarla a un poste que estaba para allasito. El otro viejo Lupe García en cuanto se desmontó se fue a darle la mano a don Chico Narvaiz.

-Cómo le ha ido don Chico?

-Pues por ai, compadre, regularcito -le contestó.

El viejo Marco estaba a un lado aflojándole la cincha a la yegua y en voz baja le dijo a la Chabela Vaya ayudar adentro.

-Jesús! don Marco, cómo va crer eso -le dijo don Chico Narvaiz, que lo había oído- Si no ve que ella viene a pasear? Vella qué cosas!

-¡Ja! ¡Ja! -se rió el viejo Marco satisfecho.

Desde afuera se divisaban las mujeres que estaban atareadas en la cocina en un solo trajín, echando tortillas, otras meneando cazuelas, otras atizando el fuego, moliendo, rayando queso, amarrando nacatamales, lavando platos, picando carne, enrollando rosquillas, tostando café todo aquello hasta que huelía.

-Esto va estar de lo bueno -dijo el compadre Lupe.

-Dios quiera mi amigo Dios quiera –repitió don Chico dándole al compadre unas palmaditas en el hombro. Y bueno -dijo enseguida- no se me queden ai parados, munós adentro a echarnos un trago que Uds están arrimando.

El compadre Lupe García y el viejo Marco se rieron y ya se fueron siguiendo al viejo don Chico que se metió tuntunequeando al aposento. Don Chico sacó la botella de un cofre, se la dio a tener al compadre y se fue a sacar agua al tinajón.

-Sírvase pues mi amigo -le dijo pasándole agua al compadre Lupe.

-Ah! Bueno -dijo el compadre Lupe, levantando la botella para empinársela. Tragó y luego se enjuagó. Después bebió el viejo Marco y enseguida la cogió don Chico.

-Salud, pues -les dijo

-Salud -le contestó el compadre.

-Que le aproveche -le agregó el viejo Marco.

Don Chico se hizo a un ladito para escupir.

-Para comenzar está bueno, verdad don Marco?

-Ah! Sí -afirmó el viejo cabeceando.

-Ah! pues, va el otro! -les dijo.

-Bah! pues! -dijeron.

Así que le dio viaje el compadre, lo siguió el viejo Marco y también don Chico Narvaiz y así estuvieron su rato hasta que bajaron la botella a menos de mitad.

-Tenemos que ir a la ermita antes que nos agarre la noche -les dijo el viejo Marco, recordándoles.

-Chabelá!! -gritó a la mujer que andaba allá adentro- munós -le dijo.

-Ai voy -le contestó la mujer.

La casa de don Chico Narvaiz ya estaba llenándose de gente que llegaba a verlo. El viejo se fue a acompañarlos hasta la puerta.

-Entonces ai venimos pues -dijo don Marco.

-Lo espero -les contestó don Chico- no se vayan a tardar.

-Como no –dijeron.

La ermita quedaba al final de la calle, allá se divisaba entre unos caimitales. Bastante gente iba y venía. Todos llevaban sus presentes al Santo. El Santo era el Señor de Esquipulas, chiquito y negrito como un panecillo, metido entre grandes copos de madroños. A la entrada están los Mayordomos vendiendo los milagros. Allí uno escogía si lo quería de plata, de plomo o fierro. Si era una manita, una canilla, un pie, un chanchito, una casita, una carreta, un niño.

Abajo en el suel todos iban a depositar su carga que regalaban al Santo. Allí había gallinas maneadas, pollos, chompipes, piñas, pipianes grandes, calabazas sazonas, puños de frijoles, medios de maíz, botellas de miel, parejas de palomas, guacales de huevos, etc.

-Está bueno esto compadré -le dijo el viejo Marco.

-Mejor que el otro año -aseguró el compadre. En la ermita se estuvieron su rato hasta que ya oscureció y rezaron sus oraciones y prendieron sus candelas. Entonces hicieron viaje de vuelta a la casa de don Chico. Cuando llegaron donde don Chico ya les tenía lista la mesa que la había jalado allí afuera y estaba guindando un candil de un clavo de la puerta. Don Chico los convidó a sentarse a la mesa y llamó adentro para que fueran poniendo la cena. De donde estaban sentados comiendo veían pasar a la gente que iba para el baile que había donde los Cantillanos.

No había luna y la gente iba con sus candiles. De largo se divisaba una gran claridad, y era la lámpara de gasolina que habían guindado de la ceja de la puerta de donde los Cantillanos.
-No quiere nada más? -le preguntó don Chico a don Marco.

Don Marco cabeceó porque en ese momentito tenía la boca llena.

Y usted? -le preguntó don Chico al compadre.

Ya estamos llenos -le contestó el compadre- muchas gracias.

Un chavalo se le acercó al viejo para avisarle que ya habían llegado los marimberos donde los Cantillanos. Entonces se levantaron de la mesa y se fueron alistar para ir a echar la paseadita. Ya cuando llegaron había bastante gente. En cuanto no más entraron los salió a topar el viejo Cantillano que se abrazó con don Chico y después les dio la mano a los otros. Al ratito les posaron una mesita a los recién llegados y unos taburetes. Los marimberos comenzaron a darle duro o los reglas y yo habían salido sus parejas.

Una muchacha trajo a la mesa una botella de guaro y otra de chibola que se la pasó o la Chabela. El baile ya estaba en lo fino y los hombres en cada recordada se metían su trago. Muchos estaban bailando pero había otros que estaban viendo no más, allí arrimados en la puerta. Al rato uno de esos que por cierto andaba una camisa rayadita, se vino para donde estaban los hombres y le pidió una pieza a la Chabela. La mujer no lo quiso despreciar. Estuvieron bailando su rato y cuando terminó la música la Chabela se vino a sentar soplándose del calor que hacía.

Al ratito tocaron otra y el mismo hombre volvió a sacar a la Chabela. Ya casi todos estaban picados y comenzaron a gritar y bailar sueltos. El viejo Marco estaba matrero y no le quitaba el ojo a la Chabela. En una de esas, cuando estaban bailando, en uno vuelta del suelto, muy seguro que el hombre agarró a la mujer quien sabe cómo, la seña está que allí no más se vino ella. Detrás se dejó venir el de la camisa rayada y la quiso juerciar.

-Apartate diay! -le gritó el viejo, parándose.

-No te metás vos, viejo culeco -le dijo el hombre dándole un volón.

El viejo no esperó un tantito, sino que dejó irle un revés que ni cornada de novillo, que hizo al hombre caer patas arriba. La gente se arremolinó gritando y otros salieron en carrera. El hombrecito se paró a un lado y echando chispas por los ojos se le tiró encima al viejo de un brinco como gato, y en cuanto lo agarró le pegó los dientes en el pescuezo. El viejo Marco dio un berrido. El compadre Lupe se lo quiso quitar de encima dándole al otro en el sentido y la Chabela por detrás lo ajustaba en el lomo con una botella.

Otros que estaban a la orilla se metieron a desapartarlos cuando allí no más entró el Cabo Obando aventando a la gente de un lado a otro. El viejo le había echado zancadilla al hombre y ya lo estaba ahorcando. El Cabo Obando agarró al viejo de la nuca y le dejó ir un riatazo.


-¡Lo va a matar! -gritó la Chabela pegándosele de la mano al guardia. El Cabo le dio un codazo a la mujer que fue a parar a un lado.

De una oreja le chorreaba sangre al viejo Marco.

-Párese -le gritó el Cabo con el yatagán en la mano.

-Si aquí estoy -dijo el viejo Marco levantándose.

-¡Pasá! ¡Pasá! -le dijo dándole un rempujón.

-Y usted -le dijo al compadre Lupe.

-¡Y vos también! -le gritó a la Chabela con malacrianza jalándola del brazo que por nada la bota.

Los tres fueron saliendo seguidos del Cabo que los venía tratando. La noche estaba bien oscura. El guardia los llevó al cuartel que quedaba al dar la vuelta. Desde allá se oía la música y se veían los cohetes cuando se elevaban y los gritos de los muchachos que salían corriendo a recoger las varillas.

Amar hasta fracasar

Hay escritos curiosos que se han hecho con el lenguaje. Versos que se pueden leer al revés y al derecho, guardando siempre el mismo sentido,...